jueves, 22 de diciembre de 2016

Hielo de Primavera: Penumbras



Hielo de primavera
por David Solanes Vénzala

Primer relato
Penumbras

Abrí los ojos aleteando los párpados, buscando desesperadamente un haz de luz, Solo cuando alcé la mano derecha para tocar la frente, me di cuenta de que estaba húmedo, cabellos mojados enlazándose entre ellos sobre mis ojos en caprichosas formas como hierba al viento, y la transpirada piel del resto del cuerpo que pegada a las sábanas hacía de la cama algo claustrofóbicamente tedioso. Pero aún así la confusión seguía dentro de mi cabeza. Fue entonces, como si de un desbloqueo se tratase, y de hecho fue así, cuando comencé a tantear a oscuras con la mano izquierda sobre la mesita de noche tirando todo objeto que yacía en ese momento inerte allá encima, hasta que noté la sensación que me produjo el frío vidrio del vaso de agua que contorneé con los dedos, y que levanté con cautela procurando no derramar una sola gota, aunque el pulso a esas horas de la madrugada dejaba mucho que desear, lo bebí casi de golpe dejando solo un poco e intenté poner orden a lo que me pasaba, levanté las sábanas extendiendo y balanceando los brazos sólo una vez... y empecé a recordar, había tenido un sueño, al menos eso es lo que parecía, un sueño del que se podían ver cosas de uno mismo, aunque todos los sueños en mayor o menor medida sean así. Este no era un sueño vulgar, y de repente comenzaron a desfilar por mi mente una serie de imágenes, situaciones, conversaciones, etc… así que me recosté y arropé de nuevo en la cama y simplemente me puse a la espera como fatuo espectador de una película en tecnicolor y de cinemascope. (La función va a comenzar).

Fue un momento, un fugaz instante, pero fue suficiente como para saber que algo despertó en lo más hondo de mi corazón, un sentimiento ya nostálgico y bello, a la vez que a ratos conseguía distraerme de la realidad. En principio no vi razón alguna para preocuparme, pero pronto mi subconsciente empezó a hacer de las suyas haciendo que el fugaz pensamiento que me asaltó tomara un puesto importante en mi lista de preferencias... sí, aquellos candorosos ojos oscuros que me miraban con aire de inocencia y fatuo deseo, comenzaban a tirar por el suelo los sólidos argumentos en los que yo me basaba a la hora de elegir la fémina adecuada a mis ideas, y acorde con mis sueños. Pero si hay algo que cueste hacerse a la idea de que se pare, es el tiempo y éste pasaba inexorablemente sobre nuestras almas, y siempre lo mismo; llegar, saludar a los amigos y compañeros, y entre todas las miradas de sorpresa y bienvenida siempre estaba aquella que era una mezcla de asombro y tenue admiración, y empecé a romper el hielo como pude, y consiguientemente surgió la primera pregunta; ¿Cómo desvelar lo que aquel rostro de inocencia y sencillez guardaba?, recurrí al método que más me seducía –probablemente porque no se me ocurrió otro–, con verdadera labia y diplomacia tenía que conseguir quedar con aquella tierna flor de primavera. El primer intento fue lo más parecido a una catástrofe, seguida de un apocalipsis en sociedad anónima con un cataclismo, aunque de eso no me enteré hasta tres semanas después, poco más o menos, ya que el intercambio de palabras entre la señorita evasivas y yo, era una terrible y bella mezcla de lo ameno y lo desolador, porque cada frase liberada al viento, alejaba más de mi la victoria, y el empuje y temperamento se me desvanecía, como arena en las manos. La abrazaba, se acurrucaba en mi pecho mirándome con ojos de felicidad, me besaba con sus tibios, cálidos y carnosos labios, la acariciaba con la parte superior de mis dedos su bonito rostro..., besando su terso cuello, siguiendo sus curvas con mis manos, sus manos en mis espaldas. Un tremendo tirón de los pies.

Y justo cuando ya lo daba por perdido, algo –y todavía no sé muy bien el qué–comenzó a funcionar bien, no es que estuviera todo solucionado ni mucho menos, pero existía una esperanza leve, al fin y al cabo una, esperanza. Empezaba a sentir escozor en los ojos, llevaba tal vez horas con ellos abiertos, y sin embargo parecía no pasar el tiempo, era como una dimensión donde los tres tiempos verbales, que entre febriles velos de albo tul acariciaban y guardaban sueños de cualquier naturaleza, se juntaban en una época común, en ese estado catatónico parecía estar mediando un área prohibida para los humanos, y a pesar de ello allá seguía a la espera de nuevos acontecimientos sin que nadie o nada me arrastrara hacia la superficie.

Noté que me hablaba, después de mil y un intentos, sin demasiados remilgos, la verdad es que el problema estaba principalmente en que la presencia de ella hacía que las opciones de comportamiento programadas en mi cerebro encontraran una variable errónea. No sabía qué postura adoptar. Me limitaba a admirar su dinamismo, a explorar su cuerpo con la mirada, y cada vez dándome más cuenta de que no buscaba sexo, de que éste había quedado en segundo plano y aún ocupada mi mente en todo eso, me daba tiempo a pensar en lo diferentes que éramos y en lo aburrido que sería si encontrase una persona que fuese igual a mí. Semanas después salimos todo el grupo. Era una oportunidad para que ella y yo hablásemos, y las conversaciones iban desde un punto de inocencia hasta diálogos llenos de indirectas que afortunadamente, (creo), no entendía, o eso es lo que me parecía ver.

Pasado un tiempo. Ocurrió en una tarde de otoño. Aquella tarde se respiraba ternura en el ambiente y desde el alba sentía una tranquilidad de poco orden, era como si una voz de conciencia me anunciara con panfletos y slogans que no había una razón para alarmarse, que dejara al destino actuar, de todas formas aquella tarde de otoño cuando el sol se despedía de nosotros en el horizonte regalándonos los últimos fríos rayos del crepúsculo, y las siluetas en penumbra de paisajes con fondo rojo anunciaban la bienvenida de la noche, me giré hacia ella y deslicé mis manos por su cintura, su rostro se tornó de forma que parecía una fierecilla asustada por un temible predador, y sus ojos mostraban sorpresa y espíritu de aventura acompañada de deseo, algo probablemente nuevo para ella. Con la otra mano deslice los dedos por su cuello hasta que, con una destreza innata en mi, conseguí quitarle sus pequeñas lentes de aumento, descubriendo el esplendor de su belleza, se las guardé como pude en el bolsillo y comencé a acercar mis labios hacia los suyos. Ella empezó a deslizar su mano por la parte superior de mi espalda.

Desperté en anhelos y con una cama hecha un verdadero campo de batalla, el despertador marcaba las 9:05, la cabeza me zumbaba, la respiración la tenía acelerada, minutos después me metí en la ducha y a las 9:40 estaba fuera de casa. Sólo cerrar la puerta de entrada me pregunté donde iba, pero ya era demasiado tarde, me había puesto a caminar la cuesta de la avenida Newton, bajé las escaleras de la intersección con la calle Dr. Cadevall y me senté en el parque Poron, en la inscripción de la entrada algún gracioso había escrito con spray negro una "C" y una "J" sustituyendo a la "P" y a la "R", observé los frondosos árboles y oí el cantar de los pájaros que acariciaban la atmósfera con sus trinos llenos de virtuosismo animal. Me había olvidado el reloj, y las bambas las llevaba mal atadas, mi bufanda rozaba el suelo, la camisa estaba abotonada un ojal más arriba que otro y el pelo parecía haberse peleado contra cepillos, peines o cosas semejantes. Realmente la situación era de lo más cómica, me podía imaginar sentado allá con aquella pinta y mirando absorto el paisaje que me rodeaba. Agachando la cabeza, me toqué las cavidades de los ojos con los dedos índice y pulgar de la mano derecha como para acabar de despertarme, como queriendo desatascar el cerebro repleto de tantas emociones. Breves instantes después, cuando levanté la mirada, vi que se acercaba ella.

Como perdido en un mar de confusiones, buscaba argumentos para agarrarme con uñas y dientes a la idea de la ausencia de lo que era evidente. Pero solo pude, como tantas otras veces lo había hecho, observar como venía hacia mi atento a cada cimbrear de su cuerpo.

Mientras se acercaba pude darme cuenta de que ella había cambiado, algo me hacía verla diferente, las tenues pequitas que en un tiempo rodearon su nariz habían desaparecido por completo, su fisonomía era la de una mujer, su mirada más segura y su expresión más adulta, y todo ello sin perder el encanto que le daba su tibia niñez. Cuando estuvo enfrente mío me miró con unos ojos que expresaban una infinita ternura.

–No somos para nosotros.

–Aquí estaré.

Fueron las últimas palabras que desvanecí en el tiempo para ella. Se giró, pude ver los cristalinos reflejos de sus ojos antes de que me diera la espalda. Grité su nombre con voz de llanto, tornó su rostro hacia mí y el aire jugueteó con su pelo, entonces supe que nos volveríamos a encontrar. Ella también lo supo.

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