jueves, 15 de diciembre de 2016

Lectura recomendada: "El faro de Alejandría"



El imperio romano llegó a ser uno de los más extensos, y ciertamente, es uno de los más conocidos de la historia antigua. Era en su comienzo un imperio pagano, mas en sus últimos siglos, y gracias a Constantino I, se volvió un baluarte del cristianismo.

El cristianismo había sido una religión perseguida, y los cuerpos de los cristianos se habían dedicado a dar de comer a los leones en los espectáculos romanos, haciendo gala de una crueldad digna de los peores bárbaros, aun cuando es cierto que estos no eran los únicos destinados a esos menesteres. Pero, Constantino I, influenciado por su madre, Helena, por ser ésta una de las personas más devotas de Cristo que la historia haya registrado, posibilitó por medio del Edicto de Milán de 313 la legalización de esa religión, e incluso un cambio en los papeles, puesto que luego de eso los que fueron perseguidos, y no demoraron en arder en las hogueras en muchas ocasiones, fueron los paganos, que se vieron obligados de la peor manera a convertirse a la idolatría de moda o si no se enfrentarían a su total exterminio.

De esa manera la humanidad perdió también una gran parte del legado de su pasado que había sido conservado por milenios, pues por lo visto hasta ese instante no había surgido una religión con tantos fanáticos irracionales. Todos conocemos lo sucedido con la Biblioteca de Alejandría, que ardió consumiendo obras de valor incalculable, y la suerte de Hipatia, una de las mujeres más extraordinarias que hayan existido. Y aun si esos cristianos no eran católicos, es claro que todos comparten las mismas tendencias destructivas, olvidando cuando les conviene las enseñanzas de su compasivo y digno de alabanzas maestro, puesto que los códices mayas siguieron la misma suerte de los rollos de papiro muchos siglos más tarde y en la Edad Media, cuando dicha tendencia religiosa era la que reinaba en Europa, no fueron pocos los que murieron en las llamas purificadoras, o por lo menos, estuvieron a punto de ser condenados a ellas. El caso del científico Galileo Galilei es harto conocido, y se salvó sólo por haber renegado de unas verdades de las que en nuestros días nadie dudaría.

Y es precisamente a uno de esos períodos tumultuosos del desarrollo del cristianismo dentro del imperio romano, específicamente a la época del reinado del emperador de oriente Flavio Julio Valente, durante el siglo IV, a donde nos lleva la novela histórica El faro de Alejandría de la escritora norteamericana Gillian Bradshaw. Un tiempo en que destacaban no tanto las luchas entre cristianos y paganos como los enfrentamientos por el poder que se estaban presentando entre las propias filas de los seguidores de Cristo.


La autora de Teodora, emperatriz de Bizancio, nos conduce esta vez por los hechos históricos de más importancia de los últimos años del reinado de Valente, cuando a la otrora potencia más poderosa del mundo le restaba poco y se mostraba cada vez más débil ante los bárbaros. En esta ocasión la trama está narrada en primera persona por voz de la protagonista, una muchacha de nombre Caris de Éfeso perteneciente a una familia romana acomodada. La religión que se ha instaurado les impide a las mujeres estudiar medicina y ser médico es el sueño de Caris, que desde niña cuida hasta a los animalitos enfermos que se encuentra a su paso. Es por eso que, cuando su padre se ve impelido por la necesidad a casarla con alguien a quien Caris no sólo no ama, sino que desprecia, la muchacha decide renunciar a todo y partir disfrazada de eunuco a la, en esos tiempos, importante ciudad de Alejandría, la cuna del conocimiento. Este es el hecho que sirve de pretexto para contar la historia, repleta no sólo de datos del más puro realismo, como la descripción de los conocimientos médicos de la época de los pueblos del imperio de oriente, y de las batallas y sus causas. Por haberse disfrazado de eunuco Caris se ve obligada a renunciar incluso a la posibilidad de realizarse como mujer, y de mostrar a un hombre sus sentimientos. El descubrimiento de su secreto podría significar el final de su carrera y hasta de su vida. Y es por eso que en El faro de Alejandría también se puede encontrar romanticismo, y permite a los lectores ver en el interior del corazón de una muchacha esforzada que lucha por sus ideales sin que le importe el alto costo.

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