jueves, 27 de octubre de 2016

Curioseando: El último de los grandes castrati



En una época se estiló la práctica de castrar a ciertos hombres para convertirlos en eunucos y utilizarlos en distintas labores; así, en varios estados medievales de oriente, se los utilizó no sólo como guardianes en los harenes, sino como políticos de nivel, puesto que después de la mutilación no eran capaces de iniciar una dinastía propia que pusiera en peligro a la reinante.

El proceso consistía en la destrucción del tejido testicular sin que por lo general se extirpara el pene, salvo en los casos en que el eunuco sería destinado a cuidar a las mujeres. En esos casos no sólo eran extirpados los testículos del condenado, sino que éste era emasculado, y dicha operación resultaba tan peligrosa que los esclavos eunucos de ese tipo alcanzaban un elevado precio en el mercado, y poseer por lo menos uno se consideraba señal de poder y riqueza.

Y, sin embargo, esa no era la única causa del aumento del precio del eunuco, pues éste crecía también cuando la castración se había producido a edades tempranas, con lo que el riesgo de muerte era más grande, pero se conseguía que se conservaran los rasgos faciales propios de la niñez, no se llegara a desarrollar la barba, y que el castrado mantuviera una voz dulce y aguda para toda la vida.

Es por eso que no es de extrañar que algunos hombres castrados desde niños se utilizaran en los coros, y se sabe que la práctica de castrar a niños cantores se estiló desde tiempos antiguos como la fecha de creación del Imperio romano de Oriente, y que existieron coros de castrati en Bizancio hasta que se produjo el saqueo de Constantinopla en 1204, fecha en que cesó su uso momentáneamente.

La reaparición de los castrati aconteció durante el siglo XVI, y se debió principalmente a una razón religiosa. Las mujeres estaban prohibidas en el coro por el dictamen paulino mulieres en ecclesiis taceant, y la voz de los niños duraba pocos años, por lo que fueron sustituidos. Pero no fue hasta el siglo XVIII que los castrati alcanzaron su máxima gloria. En la voz del castrato se combinaba la ternura de un niño y la potencia de un adulto y por eso no tardó en ser usada en la ópera. Y se usó tanto que en sus días de esplendor, entre los años 1720 y 1730, se cree que más de 4000 niños fueron castrados anualmente, sacrificados en el altar del arte, se podría decir, aun cuando es cierto que de acuerdo con sus padres, pues un castrato solía ganar dinero y prestigio y eso le servía a muchos para salir de la pobreza. Por eso tampoco es de extrañar que muchos adolescentes se presentaran voluntariamente ante el cirujano.

Dicha situación se mantuvo hasta que cambiaron los gustos operísticos y las actitudes sociales en el siglo XIX, y con ello la era de los castrati comenzó su declive. Esta fue la época en la que vivió Giovanni Battista Velluti (1780-1861), llamado Giambattista, famoso castrato italiano que es considerado el último de los grandes castrati.


El cantor fue castrado a la edad de ocho años por un médico como tratamiento ante una tos pertinaz con fiebre alta, y la situación hizo que su padre decidiera hacerlo iniciar estudios de música en vez de destinarlo a la carrera de las armas, como inicialmente se había propuesto. Y debió poseer una voz hermosa pues los últimos roles compuestos para un castrato: el Arsace de Aureliano in Palmira (1813), de Rossini, y el Armando de Il crociato in Egitto (1824), de Meyerbeer, fueron hechos para que los interpretara. Es una lástima que en su época, y en la época de otros grandes castrati como Farinelli (1705-1782), no existieran aún sistemas para la preservación de los sonidos y todas esas voces maravillosas se perdieran.

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El arte pictórico de Avelino García Pérez

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Galaxy I:Capítulo I



Galaxy I
por Pedro Luis Carballosa Mass

Segunda parte
La rebelión de los inmortales

Capítulo I

En la enorme pantalla se mostraba un inmenso cosmos, con aglomeraciones de estrellitas refulgiendo en la lejanía y cambiando de colores. Por lo visto no había planetas en la región desértica que ésta mostraba porque en ese momento sólo se podían percibir esas formaciones de luces, como si de una pintura se tratara, parpadeando en grupos encima de un fondo oscuro, todas parecidas.
Sin embargo, casi en el centro de la pantalla, mucho más grande que las otras seguro por su relativa cercanía, brillaba destacando una diminuta enana roja, que a pesar de verse pequeña comparada con la pantalla en la que se mostraba, insignificante podría decirse, no lograba engañar a quienes la miraban embelesados, pues sabían que su diámetro era de un séptimo del diámetro del Sol y su nombre les era hace mucho conocido. No había dudas, esa estrellita era Próxima Centauri, la enana que orbitaba las binarias Alfa Centauri A y Alfa Centauri B y, por consiguiente, estaban cerca de ese sistema, ningún error podría confundirla, estaban delante de la estrella más próxima a su lejano Sistema Solar de origen, y eso significaba que luego de diez lustros de viaje la nave había llegado a los límites de su destino moviéndose entre paradas con una velocidad promedio de casi un octavo de la velocidad de la luz.
El puente estaba profusamente iluminado con una blanca luz emitida por una multitud de lámparas desde la superficie superior metálica. Era una sala rectangular enorme y en ese instante un número de personas la ocupaban, pero no todas las que de costumbre albergaba, y puede que debido a eso no se podía oír nada, si no se contaban las pulsaciones del sistema de localización de la nave y los otros ruidos emitidos desde los paneles de mando. Las había que estaban de pie, con sus rostros descubiertos y vueltos hacia la pantalla de enormes dimensiones en donde posaban la vista, y también las había sentadas en sus puestos de mando, una serie de butacas rotatorias de base redondeada de donde partían las estructuras a manera de brazos en las que se sostenían las pantallas y paneles de coloridos botones, como los pétalos de una rosa. Pero todas eran iguales por como miraban la estrella en silencio, se diría que llenas de esperanza, y en que sus cuerpos estaban envueltos con escafandras de un blanco inmaculado en las que se notaba una bandera en un hombro.
En la parte central de la sala, como pasaba con la enana en la pantalla, un puesto de mando destacaba entre los que lo rodeaba, por delante de otros. Tenía un individuo sentado encima, un hombre corpulento de rostro severo en donde se podía ver una cuidada barba salpicada de hilos plateados y unos ojos marrones de bondadosa y penetrante mirada.
El hombre estaba en silencio como los demás, y seguro se hubiera pasado mucho más en ese estado, como presa de un encantamiento, si no hubiera sido despertado por la voz pausada de la computadora de la nave, que después de un rato vino a sacar a las personas de su hipnótico estado.
–Restan cinco horas para la conclusión de las maniobras de desaceleración de Galaxy I, comandante Foreman –dijo la voz como mismo lo había hecho cada hora en los últimos días.
El hombre de ojos marrones carraspeó y se removió en su silla, viendo que en la sala varias personas se movían de nuevo, pero luego miró un borde de la pantalla principal y vio en letras verdes que eran las diez de la mañana del día 5 de septiembre del 2266, hora local de Galaxy I, un día que sin lugar a dudas sería memorable para la dotación de la nave intergaláctica de la UDO[1] que llegaba a su nueva casa.
–Sí, gracias Xerxes –murmuró después, posando la vista en un rostro masculino que parecía mirarlo desde una de las pantallas empotradas en los brazos de su puesto.
Entonces volvió la cabeza levemente a la derecha y miró a una chica de corto cabello negro y cuerpo menudo, con los ojos entrecerrados como un gato.
–¡Es increíble que estemos a punto de lograrlo luego de lo que hemos pasado en este horroroso viaje! –exclamó como si percibiera la mirada del hombre la muchacha menuda, y volvió su rostro, pálido y sonriente, hacia donde Foreman se encontraba, con sus ojos negros brillando por la emoción de la llegada.
Hacía pocas horas que habían entrado en los confines de Alfa Centauri, mas sólo en ese momento se había localizado la enana Proxima, hacía unos minutos, cuando la velocidad de la nave se acercó a su velocidad crucero interplanetario, y eso la emocionaba incluso cuando ésta sólo destacaba en la pantalla debido a los potentes lentes del sistema zoom de la cámara principal de la nave nodriza, pues todavía estaban relativamente lejos de ella.
–Sin embargo, este es solamente un comienzo –la siguió otra muchacha de largo pelo castaño y crespo, y suave piel color miel, pensando con su rostro emocionado en que los esfuerzos que aún deberían realizarse, cuando llegaran a su destino, serían inmensos.
Pero estaba contenta si éstos eran para colonizar para la especie humana ese planeta gigante que según los datos de los científicos podría mantenerlos y dar inicio a una nueva y próspera vida con sus recursos, una civilización desarrollada y plena, lo que significaba que no se extinguirían luego de ser barridos de la superficie de la Tierra por los invasores de piel encarnada.
La dulce voz de las chicas conmovió a Foreman y en su rostro se esbozó poco a poco una sincera sonrisa. El comandante supremo de Galaxy I permaneció mirando bondadosamente a la muchacha de corto cabello, cosa que le daba un aire de muchachito, viendo como sus ojos negros estaban maravillados como los de una niña. En ese instante la chica estaba cerca de donde se encontraba sentado y sus manos se mantenían sobre su pecho, poco abultado no sólo por la escafandra blanca que cubría su cuerpo sin ocultar su cabecita de muñeca, lo que hacía creer que estaba rezando a un dios de los que los hombres adoraban hacía mucho y le pedía que no los abandonara.
Muy cerca de la joven menuda, la otra muchacha estaba con sus manos sobre el respaldo de un puesto de mando y Foreman posó sus ojos en ella por un momento. Era distinta a su compañera, por su estatura mucho más elevada y su cuerpo mucho más robusto, no obstante, cuando miraba la pantalla se podía ver en su rostro la misma emoción y sus grandes ojos verde oscuro refulgían cual esmeraldas.
 Foreman podía sentir sus presencias aun si sus ojos no estuvieran viéndolas, porque la inconfundible huella de sus ondas cerebrales le era conocida desde hacía bastante y la percibía claramente con sus desarrollados sentidos, acorde con las emociones que las chicas sentían.
Sin embargo, la sonrisa desapareció de su rostro cuando la chica más robusta volvió a despegar sus labios.
–¡Deja que Pavel la vea, se va a poner muy contento con ella! –exclamó la muchacha de ojos verdes posándolos en la menuda.
–Sí, quizás debías imprimirle una copia de la imagen para llevársela cuando vayas a visitarlo –respondió la otra chica con su rostro vuelto hacia ella, y vio como su compañera le decía que sí con la cabeza.
La chica de grandes ojos verdes se movió hasta uno de los blancos paneles de mando e introdujo las instrucciones para que Xerxes sacara una copia de la imagen que había en la pantalla, que maximizó cuanto pudo para resaltar la roja estrella con los sistemas de zoom óptico y digital de la nodriza, e imprimió en colores sobre una hoja de papel blanco.
Entretanto, Foreman pensaba en como su propio hijo, un piloto de combate de las FAG-I[2] de nombre Pavel Auguste Foreman, se estaba muriendo poco a poco de una dolencia que no les era conocida a los médicos de la nave, pero que probablemente era uno de los varios efectos secundarios de la vacuna Omega H que les ponían a todos cuando llegaban a los dieciocho años, aún cuando en Galaxy I había las más modernas instalaciones sanitarias de la lejana Tierra sin que le sirvieran para nada. Es por eso que sintió como la ira se iba apoderando de su corazón y provocó que la muchacha de cabello corto se volviera a donde estaba, como si hubiera sentido un latigazo sobre su estrecha espalda, y se quedara mirándolo con sus ojos de gacela sin comprender lo que le pasaba.
El comandante parecía un hombre de sólo poco más de cuarenta años aun con su barba entrecana, pero hacía poco había cumplido los noventa sin que se le notara mucho. La vacuna Omega H, la última vacuna del viejo proyecto Apollo de la UDO, parecía estarle provocando la muerte a su hijo con su combinación de virus y nanotecnología, pero lo cierto era que había impedido que envejecieran la mayor parte de los HGE[3] que vivían en la Galaxy I, como les llamaban a los humanos a los que se les había modificado su ADN para la creación de un hombre nuevo, uno que disponía de un sin número de capacidades extraordinarias con las que nunca la naturaleza había dotado a un humano corriente.
–¡Está lista! –exclamó llena de gozo la muchacha de ojos verdes y se puso a agitar la hoja de papel impresa.
Foreman posó sus ojos en ella, que llamó su atención no sólo con su voz sino con los ruidos que hacía con la hoja de papel, como si estuviera húmeda y deseara secarla, y en su rostro se enseñoreó la tristeza por un instante.
Entonces la otra muchacha se percató de lo que sucedía, recordando que a su comandante no le gustaba perder y de seguro consideraba una pérdida personal no poder salvar a su propio hijo. Había escuchado que desde pequeño esa era la característica que más lo hacía distinguirse de los otros y era probable que por esa razón lo hubieran designado a la Galaxy I, puesto que en la UDO era conocido por cumplir las misiones con un número irrisorio de pérdidas. No era raro si se sabía esto que una persona como esa no soportara verse impotente en su situación, no sólo porque ese muchacho era su único hijo, y todos sabían en la nave cuánto Foreman lo cuidaba desde niño, sino porque era un piloto de valía en la nodriza, uno de los pocos con las capacidades del cerebro suficientes para luchar en uno de los poderosos sistemas de combate MWAT–9900H Magnus[4], cuya interfaz sináptica de último modelo había resultado demasiado complicada hasta para los extendidos, y un Magnus sin piloto era inservible incluso con su sistema de combate autónomo, pues con ese sistema nunca podría llegar a las capacidades de combate con que lo dotaba un HGE en sus entrañas.
Pero la ira del comandante creció mucho más cuando un hombre delgado que estaba usando un puesto de navegante y se encontraba bastante separado de ellos, mencionó que el crucero de batalla Justice no había regresado desde que había partido hacía meses, para cumplir con una importante misión de reconocimiento.
–Estamos a las puertas del sistema de destino y el Justice hace meses que no da señales de vida –esas habían sido sus palabras.
Las palabras insidiosas del hombre delgado, que se reía con un compañero, hubieran pasado desapercibidas para un humano común, mas habían sido escuchadas claramente en donde se encontraba Foreman y la muchacha de pelo negro no demoró en sentir sus consecuencias.
–¡Ermak! –susurró con reproche y posó sus ojos en donde el hombre delgado se reía, pero después se puso a mirar a Foreman con rostro compungido.
El Justice era un crucero de batalla clase Neptune de la UDO bastante modificado, desarrollado en Galaxy I luego de su partida. Había salido de su puerto en cuanto comenzaron las lentas maniobras de desaceleración para la realización del sondeo del sistema solar a donde se dirigían y su misión consistía en entrar profundamente en Alfa Centauri, como lo mandaba el protocolo de seguridad de la nave intergaláctica,  no obstante, después de eso ni siquiera se había recibido un mensaje suyo como ese mismo protocolo lo dictaba.
–¡Ese maldito Gayura, siempre hace lo mismo! En cuanto regrese debo castigarlo duramente –murmuró Foreman, ya bastante contrariado, y su mano derecha se crispó sobre el brazo de su puesto, haciendo que crujiera lastimero.
Pero sabía que no podría hacerlo, pues Gayura siempre encontraba un justificante para su comportamiento dislocado y demostraba que era imprescindible, por lo que se removió en su puesto impaciente, mirando a la enana en la pantalla con ira contenida, como si la estrella tuviera la culpa.
–¡Murzduk! Envía inmediatamente un mensaje requiriendo que Justice regrese a puerto –ordenó Foreman sin siquiera preocuparse con la posibilidad real de que hubiera pasado un percance a su crucero, porque conocía a su subordinado y sabía de sus costumbres–. Y mantente enviándolo hasta la llegada de una respuesta –declaró luego, mirando a alguien de reojo.
En un borde del inmenso puente un hombre corpulento y de impresionante envergadura había levantado la cabeza de una de las pantallas de su puesto a la vez que hacía que éste se diera la vuelta, para mirar hacia donde Foreman estaba sentado. Tenía un rostro redondeado y plano, en donde había una rala barba grisácea, y una mueca extraña no demoró en mostrarse también, a medida que sus ojos, pardos y rasgados, se posaban de tiempo en tiempo en su comandante.
Foreman conocía el significado de esa mueca y esa mirada, sabía que a Murzduk no le gustaba enviar nada sin saber lo que podrían encontrarse desde su partida precipitada de la Tierra, y hacía eso cuando una de sus órdenes no le era grata. Por lo visto había sido demasiado afectado por la invasión Redmen a su planeta de origen y eso no podía en–tenderlo, porque, luego de cincuenta años no era para que su oficial de radio continuara con su miedo, estando tan lejos de la posición de sus enemigos.
“¿Por qué siempre tengo que lidiar con estas personas?”, pensó Foreman y resopló ruidosamente.
No obstante, Murzduk saludó a Foreman cuando escuchó su resoplido y se dedicó a darle instrucciones a Xerxes para que se encargara de ese envío.
El especialista en radiocomunicaciones de la Galaxy I se veía como un hombre de unos cincuenta, descendiente de mongoles refugiados en la UDO, pero como pasaba con su comandante supremo, era mucho más viejo y sus movimientos eran pausados para ser un HGE, seguramente debido a su envergadura y no a su edad avanzada, puesto que había recibido todas y cada una de las vacunas que se habían ido desarrollando.
Mas Murzduk no era tan conocido en la Galaxy I por la robustez extraordinaria de su cuerpo, tan poco común en las gentes de su raza, como por ser precavido hasta la paranoia, y eso no era porque sintiera miedo, como a muchos les gustaba insinuar, ni nada parecido, sino que la sola idea de delatarse sin conocer lo que tenían delante le resultaba insoportable, pues lo haría responsable en parte de la desaparición de lo poco que quedaba de la especie humana, y eso sólo lo sabrían precisamente cuando su crucero de batalla regresara después del reconocimiento de Alfa Centauri. Era por un motivo que existía ese protocolo de seguridad y no se sentía con deseos de violarlo en vano.
–Xerxes está enviando su orden en modo repetitivo hacia la región de Alfa Centauri, comandante Foreman. Pero la he encriptado utilizando las secuencias que se declararon en el momento de la partida del Justice –dijo Murzduk después de unos pocos segundos, y se puso de pie para caminar hacia donde Foreman se encontraba sentado, con pesado y lento paso.
El resto de los tripulantes lo siguieron con la vista, por lo visto esperando un divertido espectáculo si se miraba el brillo con que los ojos refulgían, aun cuando no eran todos los afectados, y ni los ojos del comandante ni los de la muchachita de corto cabello negro se vieron implicados.
“Y allá vamos de nuevo”, pensó Foreman cuando su subordinado se detuvo en sus cercanías, y respiró profundo.
–No es necesario decir lo que opino, comandante, lo sabe porque lo he repetido muchas veces –dijo Murzduk después de mirar a su comandante de tanto en tanto por un momento, y unas risas contenidas se escucharon–. Pero lo voy a decir de nuevo, para que mi conciencia esté limpia... Ese radiograma no es necesario, y aun si nadie puede descifrar el contenido, en modo repetitivo podría servir para ser localizados –musitó como si temiera atraer la mala suerte a la vez que su brazo derecho se levantaba para señalar a su puesto de mando.
Esto incrementó las risas, y la muchacha de ojos verdes y piel color miel se unió a ellas, haciendo más ruido con la hoja de papel que continuaba sosteniendo en sus manos.
Foreman miró a Murzduk con paciencia y después paseó su vista por el puente, con lo que contuvo las risas y provocó que la chica se pusiera seria y soltara la ruidosa fotografía sobre un puesto cercano.
–No debes preocuparte, Murzduk. En este sistema no hay nadie más que nosotros, no puede haberlo –dijo por fin, con sus ojos en el rostro del oficial de comunicaciones, mas se preparó, como siempre, para escuchar sus razones.
–Eso mismo pensaban en la Tierra hasta que los rojos los exterminaron. Y no veo por qué otra especie inteligente va a ser buena con nosotros, que no somos buenos con nuestros semejantes, más cuando sabemos que existen otras y que son hostiles con los humanos –declaró Murzduk con calma, mirando a los ojos de su comandante, y su rostro se puso pensativo, como si de pronto se percatara de algo.
¿Era posible que debido a eso Gayura callara, obstinado, o sería que había presentado problemas graves y todos se habían ido para siempre? En esa nave iba un pariente suyo y la perspectiva no le gustaba, pero igual no iba a ayudarlos enviando una orden y si se habían perdido pronto lo sabrían pues debían estar cerca del punto de no retorno, sólo había que permanecer en una órbita de Próxima envueltos por un seguro silencio, como lo habían acordado, y escudriñar sin delatarse todo el cuadrante de las binarias.
–¡Bah! –murmuró Foreman para sí después de posar sus ojos en los de la chica de cabello negro, que lo miraba con los suyos suplicantes.
Entonces, luego de una pausa, hizo un gesto de desdén con la mano izquierda, cosa que sacó a Murzduk de sus meditaciones.
–No sé por qué no me entiende, comandante Foreman, si lo que digo no es nada nuevo –dijo Murzduk negando con la cabeza.
La muchacha menuda recogió sus estrechos hombros en señal de evidente miedo, cosa que se le notaba en su rostro de niña con sus cejas unidas y su mirada lastimera, y negó igualmente con su cabeza, pero por un motivo distinto.
No había olvidado como hacía mucho Murzduk se había opuesto a una misión de reabastecimiento durante una de las reuniones, diciendo a Foreman que no enviaran ninguna de las Goliath a una recogida de recursos, o por lo menos se enviara primero una rápida Kestrel de reconocimiento.
En su camino se había cruzado un planetoide perdido y la Galaxy había detectado en sus polos grandes depósitos de hidrógeno congelado, cosa que constituía una rareza única, un regalo de los cielos podría decirse, puesto que la nave se encontraba escasa de combustible para sus pilas y para las maniobras de sus consumidores propulsores. Eso sin que se mencionara la posible existencia de agua, recurso aún más valioso pues en sí mismo contenía hidrógeno y oxígeno.
Sin embargo, las maniobras eran lentas y engorrosas, y no había mucho tiempo, y cuando le preguntaron a Murzduk la razón por la que recomendaba esa estrategia no la supo y en su lugar mencionó una pesadilla, cosa que provocó que hasta a Foreman, que era precavido en casos como esos en que se hacía algo por primera vez, como lanzar varios de los recolectores sin haber concluido operaciones, se le saltaran las lagrimas de la risa.
Por eso decidieron lanzar las Goliath y éstas desviaron su ruta en medio de las maniobras de desaceleración gradual y pusieron rumbo a enorme velocidad, frenando con sus retropropulsores, para entrar en una órbita del planetoide. Era de esperar que para cuando estuvieran cargadas con su valioso premio, pudieran encontrarse con la nodriza a varios millones de kilómetros de ese punto. Y todo iba de maravillas en la misión hasta que la catástrofe sobrevino, una de las más destructivas por las que pasaron en su largo camino de ida sin retorno, y sucedió cuando una Goliath entró en la órbita y se encontró con un enemigo letal en su camino.
Era probable que ese planetoide hubiera salido de órbita hacía milenios, luego de una colisión con un cuerpo masivo, y llevaba una estela de rocas consigo, rocas de un diámetro que no detectaron los sistemas a distancia y provocaron la pérdida de cientos de vidas cuando perforaron la proa de la recolectora delantera, dañando también gravemente a otras.
–No debes preocuparte demasiado, Murzduk. No pasará nada –insistió Foreman con la voz pausada, como si hablara a un niño, después de respirar profundamente para llenarse de paciencia.
La chica menuda lo miró con sus ojos negros y sus pies dieron unos pasos, como si deseara decir algo sin que le salieran las palabras.
–Eso espero, comandante Foreman... Nosotros no somos muchos en Galaxy I, solamente poco más de cincuenta mil personas. Nuestra población no ha crecido como esperaban en la Tierra y no estamos en condiciones de meternos en una guerra contra nadie. Menos contra una especie que nos supera –respondió Murzduk y sus ojos rasgados parecieron centellear bajo la luz blanca que los iluminaba, mirando a los de su comandante por última vez para volver a su silla como había venido.
–Este Murzduk es demasiado desconfiado –dijo Foreman mirando a la muchacha de ojos negros, guiñándole uno de los suyos e intentando olvidarse de la ira que sentía otra vez producto de esas palabras, porque la velada referencia del oficial de comunicaciones a los suicidios de los tripulantes de la nave que se habían producido desde que salieron de su lejano Sistema Solar logró aumentarla.
La jovencita miró con ojos preocupados a su comandante e iba a decirle que debían escuchar al oficial de comunicaciones. Pero en ese momento la otra muchacha se precipitó sobre ella a sus espaldas, y la estrujó de una manera contra su cuerpo con su brazo derecho, que en su rostro de niña se dibujó una mueca. La otra mano de su compañera le revolvía su corto cabello negro y la despeinaba con saña, haciendo que su cabeza pareciera un nido.
–Pequeña Nadia, vamos a llevarle a Pavel la imagen de Próxima para que se ponga contento. Recuerda que decía que no podría verla –dijo la chica de ojos verdes sin dejarla escaparse mientras Nadia se debatía en vano.
–¡Está bien! ¡Está bien! Pero suéltame ya, Stephanie. ¡No seas salvaje…! ¿Es que quieres destrozarme las costillas o quieres matarme rompiéndome la nuca? –gritó la muchacha menuda con los ojos desorbitados, intentando liberarse.
–No seas como una niña remilgada, Nadia, ya cumpliste los sesenta… eres una anciana pesada –replicó Stephanie, y se rió manipulando a su compañera como a una plumita a merced de sus deseos, pues era hasta más fuerte de lo que se notaba a simple vista.
Nadia era sólo una niña cuando Galaxy I había salido del Sistema Solar, y en cuanto cumplió los dieciocho recibió las primeras vacunas que la doctora Guzmán y su unidad de desarrollo crearon para protegerlos en las profundidades del espacio. Eso la había protegido del envejecimiento natural por lo que daba la imagen de una menuda joven a pesar de su edad avanzada. En cambio, Stephanie había nacido en la nave intergaláctica y era de la misma edad que Pavel, quien no pasaba de los veinticinco. Era la hija de una oficial de las FAG-I que había perecido igual que la madre del muchacho cuando Foreman las había enviado a dar socorro a la gente de una de las Goliath siniestradas y se había producido una segunda explosión inesperada de la que no habían podido salir con vida muchos.
–¡Ay! ¡No me hagas cosquillas y estate tranquila! ¡No me gustas cuando te pones juguetona, Stephanie! –protestaba Nadia, pataleando, y de pronto logró soltarse para salir del cariñoso abrazo y ponerse a huir de un costado a otro de la sala, con la otra muchacha detrás de su rastro.
Esto provocó un estallido de risas más grande del causado por Murzduk con sus, por otro lado, justificadas preocupaciones.
–Eres una pesada, una vieja –le decía Stephanie, riendo y corriendo detrás de ella para que no se le escapara.
Mientras miraba a las chicas jugueteando como niñas el comandante Foreman se fue calmando y los últimos rastros de la ira desaparecieron hasta el punto de que en su rostro barbudo volvió a dibujarse una leve sonrisa.
Sin embargo, cuando Nadia en su carrera se estrelló en su puesto y cayó en su regazo, quizás premeditadamente, decidió poner orden en la sala.
–Bueno, Stephanie. No molestes a Nadia, que este es un sitio serio –dijo Foreman poniendo su rostro de mando y su mano derecha descansó sobre la cabeza de la chica, que no se movió de la protección que le daba con su cuerpo, como si eso no la inquietara.
Las risas volvieron a esfumarse, como por encanto, y los ocupantes del puente se apresuraron a ocupar sus puestos, como si desearan enmendarse.
–Lo siento, comandante Foreman. Es que de pronto me sentí eufórica… Debe ser por la cercanía de la estrella –se disculpó Stephanie jadeando y miró a Nadia, que le sacó la lengua, para después saludarlo poniéndose en firme con la cara seria y dirigirse obedientemente hacia su propio puesto de mando.
–¡Muchas gracias por salvarme, papaíto! –exclamó Nadia por su parte, en voz baja, y restregó su cabeza en la enorme mano de la escafandra de Foreman, como lo haría una gata sofocada.
El comandante le sonrió y pasó su mano otra vez por la pequeña cabeza de Nadia. La mano se movió acariciante y la linda chica se oprimió contra el cuerpo del hombre como si tuviera frío, sin inhibirse, con sus brazos alrededor del pecho robusto que la escafandra cubría.
Foreman tampoco pareció sentir ningún desagrado con la compañía, incluso cuando pronto su rostro se puso pensativo y sus ojos miraron a Stephanie, que se movía intranquila en su puesto con sus ojos en la fotografía de Próxima, como si debajo de ella hubiera un hormiguero y no un asiento mullido.
En realidad comprendía bien a Stephanie, su vida había pasado hasta ese momento dentro de la Galaxy I y nunca había estado ni en la Tierra ni en cualquier otro planeta, no había estado en un mundo suficientemente grande para ella. Esa chica vivaracha solamente conocía la existencia de un umbroso bosque por las grabaciones de los archivos, y las relativamente cortas plantaciones que existían en la nave, y eso iba en contra de la naturaleza humana, que evolucionó en un entorno diferente a las paredes metálicas que los rodeaban continuamente, que daban la impresión de ser tan grises aun si eran de otro color que deprimirían a cualquiera que las mirara. Era evidente que ella necesitaba con urgencia una gran pradera donde correr libremente y se la imaginó haciéndolo, con la brisa revolviendo su largo y crespo cabello castaño y una sonrisa en sus labios.
El mismo Foreman recordaba a veces el inmenso océano y se entristecía, pues desde niño había estado relacionado con los mares, no sólo porque su padre era capitán de uno de esos cruceros marinos y se la pasaba mirando los mapas para ver dónde estaba cada día, sino porque vivía cerca de la costa y se iba a pescar a menudo con sus compañeritos de la escuela. En Galaxy I no había un océano, era un mundo demasiado limitado, y seguro que era por eso que en varias ocasiones había soñado que estaba en la costa, recostado en una solitaria y calurosa orilla, como cuando era un muchacho y se ensimismaba soñando con ser comandante de una nave, para descubrir nuevas tierras igual que lo hacían los astronautas que plagaban las novelas de aventuras que leía en la UDO. Pero ese sueño era diferente, y no sabía el motivo de su repetición constante a pesar de sus distintas variantes. En especial por la presencia de la niña de dorado cabello y lindos ojos celestes que se encontraba en la costa, un sitio evidentemente peligroso para que estuviera sola, y por los dos soles que brillaban en el cielo, haciendo que las sombras de los árboles y rocas lucieran un tanto extrañas, uno parecido a su conocido Sol, y otro mucho más débil, con su luz más pálida y menos amarilla.
Foreman se puso a pensar otra vez, como hacía a menudo, en esos sueños. El sedoso cabello de Nadia, que percibía con su mano, le recordaba cómo se sentía el dorado de la niña. Pero como siempre pasaba, no pudo recordar dónde podía haberla visto en su niñez, ni saber por qué se presentaba ese recuerdo en su memoria precisamente en ese momento. Para colmo la niña se llamaba Selene Papadimitriou y ese nombre le resultaba completamente desconocido, un nombre bastante extraño para una persona de los EEUU, en donde había vivido hasta que lo destinaron a la Galaxy I debido a sus grandes servicios a la UDO.
–No es nada, Nadia. Este no es sitio para esos correteos, para eso existen las instalaciones deportivas –dijo Foreman luego de una pausa y sacudió la cabeza como para liberarse de un ensueño.
Entonces le pellizcó un cachete a Nadia con su mano derecha, y vio como ésta le sonreía y volvía a restregar su rostro contra la palma de su mano, una vez más como una gatita, cosa que hizo hasta que la voz del hombre se escuchó de nuevo.
–Pero será mejor que vayas con Stephanie a ver a Pavel, no quiero que lo mate si de pronto se pone “eufórica” como hace un momento.
–Tienes razón, Stephanie es como una niña pequeña, es muy juguetona. Pero no creo que yo pueda impedirle que se ponga en ese estado emotivo –dijo Nadia mirando de reojo a Foreman, con sus ojitos negros entrecerrados.
–¿No? –preguntó Foreman intentando no reírse.
–No, ¿es que no sabes que siempre que le pasa la coge conmigo, y me zarandea? –preguntó Nadía e hizo pucheros como una niña.
–Por eso quiero que vayas con ella, porque es mejor que juguetee contigo y no con Pavel –sentenció Foreman y vio que la muchacha ponía cara de sorpresa, por lo que se rió con ganas a pesar de sus preocupaciones.
–Pero yo no… –empezó a decir Nadia.
–No debes preocuparte, mi pequeñita, sólo ve con ella y vigílala –la interrumpió su comandante y Nadia lo miró de un modo lastimero–. No me mires de ese modo, princesa. Recuerda que eres una chica sana y Pavel está muy enfermo, y quizás no dure mucho en su estado. Estoy seguro de que hasta que no se encuentre en un planeta esa chica no va a estarse quieta y debemos entenderla, porque nosotros somos mayores que ella –explicó Foreman viendo la mirada lastimera.
“Entenderla un cuerno”, pensó Nadía y miró a Stephanie, pero sus labios sonrieron y su boca murmuró otra cosa.
–Hmmm, bueno, pero sólo lo haré porque tú me lo pides, papito, y luego me darás mi recompensa –balbuceó Nadia con una melosa vocecita y se puso de pie de un ágil saltito.
Foreman le pellizcó nuevamente uno de sus cachetes de niña a Nadia, y la miró a los ojos negros, y ésta le sonrió y se mostró complacida.
Entonces se oprimió contra el corpulento cuerpo para que el comandante le pasara una mano a lo largo de su espalda y la besara en la cabeza a modo de despedida.
–Dile a Pavel que iré a verlo por la noche, como siempre, mi linda pequeñita. Debo hablar con la doctora Smith sobre su estado delicado –dijo Foreman luego de besar la pálida frente, con su rostro de pronto preocupado–. Es una suerte que ella se haya dedicado a cuidarlo, es una muchacha de las más inteligentes y por eso me complace haberle dado el puesto después de la pérdida de la doctora Guzmán.
La doctora Smith debía haber cumplido los setenta y cinco años de edad, y por eso resultaba raro referirse a ella como una muchacha, pero en Galaxy I la edad no tenía sentido desde que la duración de la vida había sido cambiada.
–Bueno, lo haré, papito… No debes preocuparte, yo me encargaré de eso –murmuró Nadia decidida, luego de unos segundos de contemplarlo, y saludó para después retirarse del puente–. ¡Stephanie, nos vamos! El centro de investigaciones de la doctora Guzmán queda lejos del puente de mando –dijo la chica caminando hacia los elevadores.
Stephanie, que se había mantenido mirando la hoja con el impreso de Próxima que sostenía con sus manos delante de ella, se puso de pie y siguió a Nadia dócilmente, se diría que contenta de ver sonriendo a su compañera.
Foreman vio como las chicas se montaban en uno de los elevadores del puente de la nave, cuyas puertas pintadas de rojo estaban a sus espaldas, y después suspiró como si estuviera cansado.
En el puente de mando las personas habían vuelto a sus obligaciones y ya nadie miraba a Próxima incluso cuando se continuaba mostrando en la pantalla central, indiferente a lo que los seres humanos pensaran de ella. La pantalla estaba rodeada por otras pantallas de menos envergadura, que mostraban continuamente la situación de la enorme nodriza cubiertas por gráficos y un sinnúmero de datos, y Foreman las consultó por un instante para después estirar un brazo y presionar con su índice uno de los botones de un panel de su puesto de mando.
Entonces miró hacia la pantalla que se iluminó mostrando el rostro virtual de Xerxes, y escuchó la voz pausada que le preguntaba qué deseaba.
–Xerxes, cuando concluya la desaceleración informa a los habitantes de Galaxy I que entraremos en una órbita lejana de Próxima Centauri hasta que regrese el Justice –murmuró Foreman y miró ese conocido rostro por un instante–. Román será quien se ocupará cuando vuelva a su puesto.
–La orden ha sido registrada, comandante –dijo Xerxes.
–También quiero que cites a la capitana Flemming, para entrevistarme con ella. Debo darle la misión de que salga comandando un equipo especial de exploración que entrará en Alfa Centauri con una nave de reconocimiento Kestrel y localizará a Justice. No puedo confiar en Gayura y podemos estar varados por mucho si sigue sin dar señales de vida.
–Las órdenes serán cumplidas, comandante. ¿Desea otra cosa? –preguntó la voz de Xerxes.
–Por el momento sólo eso, Xerxes… Y que la dotación y otros habitantes reciban la buena noticia de la llegada… Es necesario que se sientan optimistas y olviden lo que hemos pasado en nuestro largo camino.
–No se preocupe por eso, comandante Foreman, nuestros compañeros estarán siempre bien informados.
–Eso espero, Xerxes –dijo Foreman y presionó un botón para poner punto final a la conversación, con lo que se puso oscura la pantalla donde se mostraba el rostro virtual.
El comandante se recostó en su mullido puesto de mando y se quedó inmóvil, mirando las lámparas de redondeado difusor que iluminaban la sala con su luz límpida y sumiéndose en sus pensamientos.
En ese mismo momento las puertas de un elevador de la nodriza de los que conducían hacia su puente se separaron lentamente, después de haber hecho éste su largo recorrido, y delante de Nadia se mostró un pasillo que conducía hacia los sistemas de conexión que unían la rueda rotante donde se encontraba con el eje central de la enorme Galaxy I. En esa parte de la nave, muy cercana a su eje central, la gravedad había desaparecido por completo, y las chicas se vieron obligadas a impulsarse sosteniéndose de las barras de seguridad que había en las paredes del bien iluminado conducto, en el otro extremo del que, bastante lejos de ellas, unos soldados permanecían de guardia levitando.
–¡Odio la ingravidez, no puedo soportarla! –rezongó Nadia moviéndose como un pececito y sus cejas se unieron como si estuviera preocupada, con su rostro sufrido.
–Pues a mí me gusta, es divertida –dijo Stephanie riendo y dando volteretas detrás de ella.
No obstante, no le pasó desapercibida la expresión de su compañera, pues incluso si nadie lo notaba siempre estaba pendiente de ella.
La muchacha recordaba a Nadia de cuando era una niña y había sido llevada a la sala de crianza a donde destinaban a los huérfanos. Estaba llorando y no entendía por qué era que la separaban de su madre, aun cuando no estaba todo lo que hubiera deseado con ella, y esa chica menuda, una de las que se habían encargado de los niños cuyos padres se habían perdido, la había consolado contándole un cuento y le había hecho compañía hasta que se durmió en su cálido regazo. Es por eso que no la había olvidado nunca y cuando la veía preocuparse o la sentía asustada intentaba distraerla como ella había hecho esa vez hacía mucho sin recordarlo.
–Tranquila… no vayas a darte un golpe en esa cabecita y quedes más loca de lo que ya eres –musitó Nadia mirando a Stephanie de reojo–. Debo decirte que eso sería horroroso.
Esa chica la ponía nerviosa y no permitía que su mente se concentrara en sus pensamientos, como si estuviera en las cercanías del vórtice de un remolino.
–¡Imposible, practico diariamente! –replicó Stephanie y se rió, viendo como una sombra volvía a cubrir el rostro de su compañera–. Por cierto… ya Foreman no está para salvarte, ¿verdad? –murmuró luego, cuando se calmó, y le lanzó una mirada pícara a Nadia.
–¿Qué estás inventando? –preguntó Nadia mirándola con miedo–. No quiero jueguitos –repuso luego, viendo como su compañera se frotaba las manos sospechosamente.
Entonces se separó poco a poco de ella, como con disimulo.
–Pero yo si quiero –dijo Stephanie siguiéndola–. Esta vez no escaparás de mí, pequeña bruja.
–¡No puede ser, otra vez se ha descontrolado! –exclamó Nadia y se impulsó para moverse más rápido a lo largo del pasillo, escapando de Stephanie.
–¡Estupenda idea, me gustan las carreras en la gravedad cero! –dijo Stephanie, viendo como Nadia huía, y se impulsó para capturarla.
Nadia se movía como un Zeppelín, como un HGE podía hacerlo, y del otro lado del pasillo los cuatro guardianes, que hasta ese momento habían estado serios con sus rifles en las manos, comenzaron a reírse del modo en que esquivaba a Stephanie y gritaba, intentando escaparse.
–No vas a escaparte –murmuró Stephanie después de su último intento infructuoso y volvió a dispararse detrás de su compañera.
Entretanto, en el hostil espacio vacío, helado y cubierto de mortales radiaciones, la enorme Galaxy I continuaba su viaje hacia un mundo desconocido, lanzando con insistencia su mensaje de llamada. Las enormes ruedas rotatorias del coloso clase Leviathan giraban lentamente, con sus luces de posición parpadeando como guirnaldas en navidad, llevando en sus entrañas a su preciada carga humana, humanos que estaban seguros de que eran los últimos seres de la especie que quedaban con vida provenientes de la lejana Tierra que los despiadados Redmen supuestamente habían devastado.
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[1] Unión Democrática Occidental.
[2] Fuerzas Armadas de Galaxy I.
[3] Humano Genéticamente Extendido por sus siglas en inglés.
[4] Arma Móvil de Alta Tecnología modelo 9900H, Magnus, por sus siglas en inglés.