En
una época se estiló la práctica de castrar a ciertos hombres para convertirlos
en eunucos y utilizarlos en distintas labores; así, en varios estados
medievales de oriente, se los utilizó no sólo como guardianes en los harenes,
sino como políticos de nivel, puesto que después de la mutilación no eran
capaces de iniciar una dinastía propia que pusiera en peligro a la reinante.
El
proceso consistía en la destrucción del tejido testicular sin que por lo
general se extirpara el pene, salvo en los casos en que el eunuco sería
destinado a cuidar a las mujeres. En esos casos no sólo eran extirpados los
testículos del condenado, sino que éste era emasculado, y dicha operación
resultaba tan peligrosa que los esclavos eunucos de ese tipo alcanzaban un
elevado precio en el mercado, y poseer por lo menos uno se consideraba señal de
poder y riqueza.
Y,
sin embargo, esa no era la única causa del aumento del precio del eunuco, pues
éste crecía también cuando la castración se había producido a edades tempranas,
con lo que el riesgo de muerte era más grande, pero se conseguía que se
conservaran los rasgos faciales propios de la niñez, no se llegara a desarrollar
la barba, y que el castrado mantuviera una voz dulce y aguda para toda la vida.
Es
por eso que no es de extrañar que algunos hombres castrados desde niños se
utilizaran en los coros, y se sabe que la práctica de castrar a niños cantores
se estiló desde tiempos antiguos como la fecha de creación del Imperio romano
de Oriente, y que existieron coros de castrati en Bizancio hasta que se produjo
el saqueo de Constantinopla en 1204, fecha en que cesó su uso momentáneamente.
La
reaparición de los castrati aconteció durante el siglo XVI, y se debió
principalmente a una razón religiosa. Las mujeres estaban prohibidas en el coro
por el dictamen paulino mulieres en ecclesiis taceant, y la voz de los niños
duraba pocos años, por lo que fueron sustituidos. Pero no fue hasta el siglo
XVIII que los castrati alcanzaron su máxima gloria. En la voz del castrato se
combinaba la ternura de un niño y la potencia de un adulto y por eso no tardó
en ser usada en la ópera. Y se usó tanto que en sus días de esplendor, entre
los años 1720 y 1730, se cree que más de 4000 niños fueron castrados anualmente,
sacrificados en el altar del arte, se podría decir, aun cuando es cierto que de
acuerdo con sus padres, pues un castrato solía ganar dinero y prestigio y eso
le servía a muchos para salir de la pobreza. Por eso tampoco es de extrañar que
muchos adolescentes se presentaran voluntariamente ante el cirujano.
Dicha
situación se mantuvo hasta que cambiaron los gustos operísticos y las actitudes
sociales en el siglo XIX, y con ello la era de los castrati comenzó su declive.
Esta fue la época en la que vivió Giovanni Battista Velluti (1780-1861),
llamado Giambattista, famoso castrato italiano que es considerado el último de
los grandes castrati.
El
cantor fue castrado a la edad de ocho años por un médico como tratamiento ante
una tos pertinaz con fiebre alta, y la situación hizo que su padre decidiera
hacerlo iniciar estudios de música en vez de destinarlo a la carrera de las
armas, como inicialmente se había propuesto. Y debió poseer una voz hermosa
pues los últimos roles compuestos para un castrato: el Arsace de Aureliano in
Palmira (1813), de Rossini, y el Armando de Il crociato in Egitto (1824), de Meyerbeer,
fueron hechos para que los interpretara. Es una lástima que en su época, y en
la época de otros grandes castrati como Farinelli (1705-1782), no existieran aún
sistemas para la preservación de los sonidos y todas esas voces maravillosas se
perdieran.
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