Galaxy
I
por
Pedro Luis Carballosa Mass
Segunda
parte
La
rebelión de los inmortales
Capítulo
I
En la enorme
pantalla se mostraba un inmenso cosmos, con aglomeraciones de estrellitas
refulgiendo en la lejanía y cambiando de colores. Por lo visto no había
planetas en la región desértica que ésta mostraba porque en ese momento sólo se
podían percibir esas formaciones de luces, como si de una pintura se tratara,
parpadeando en grupos encima de un fondo oscuro, todas parecidas.
Sin embargo,
casi en el centro de la pantalla, mucho más grande que las otras seguro por su relativa
cercanía, brillaba destacando una diminuta enana roja, que a pesar de verse pequeña
comparada con la pantalla en la que se mostraba, insignificante podría decirse,
no lograba engañar a quienes la miraban embelesados, pues sabían que su
diámetro era de un séptimo del diámetro del Sol y su nombre les era hace mucho
conocido. No había dudas, esa estrellita era Próxima Centauri, la enana que
orbitaba las binarias Alfa Centauri A y Alfa Centauri B y, por consiguiente, estaban
cerca de ese sistema, ningún error podría confundirla, estaban delante de la
estrella más próxima a su lejano Sistema Solar de origen, y eso significaba que
luego de diez lustros de viaje la nave había llegado a los límites de su
destino moviéndose entre paradas con una velocidad promedio de casi un octavo
de la velocidad de la luz.
El puente
estaba profusamente iluminado con una blanca luz emitida por una multitud de
lámparas desde la superficie superior metálica. Era una sala rectangular enorme
y en ese instante un número de personas la ocupaban, pero no todas las que de
costumbre albergaba, y puede que debido a eso no se podía oír nada, si no se
contaban las pulsaciones del sistema de localización de la nave y los otros
ruidos emitidos desde los paneles de mando. Las había que estaban de pie, con
sus rostros descubiertos y vueltos hacia la pantalla de enormes dimensiones en
donde posaban la vista, y también las había sentadas en sus puestos de mando,
una serie de butacas rotatorias de base redondeada de donde partían las
estructuras a manera de brazos en las que se sostenían las pantallas y paneles
de coloridos botones, como los pétalos de una rosa. Pero todas eran iguales por
como miraban la estrella en silencio, se diría que llenas de esperanza, y en
que sus cuerpos estaban envueltos con escafandras de un blanco inmaculado en
las que se notaba una bandera en un hombro.
En la parte
central de la sala, como pasaba con la enana en la pantalla, un puesto de mando
destacaba entre los que lo rodeaba, por delante de otros. Tenía un individuo
sentado encima, un hombre corpulento de rostro severo en donde se podía ver una
cuidada barba salpicada de hilos plateados y unos ojos marrones de bondadosa y
penetrante mirada.
El hombre
estaba en silencio como los demás, y seguro se hubiera pasado mucho más en ese
estado, como presa de un encantamiento, si no hubiera sido despertado por la
voz pausada de la computadora de la nave, que después de un rato vino a sacar a
las personas de su hipnótico estado.
–Restan
cinco horas para la conclusión de las maniobras de desaceleración de Galaxy I,
comandante Foreman –dijo la voz como mismo lo había hecho cada hora en los
últimos días.
El hombre de
ojos marrones carraspeó y se removió en su silla, viendo que en la sala varias
personas se movían de nuevo, pero luego miró un borde de la pantalla principal
y vio en letras verdes que eran las diez de la mañana del día 5 de septiembre
del 2266, hora local de Galaxy I, un día que sin lugar a dudas sería memorable
para la dotación de la nave intergaláctica de la UDO[1] que
llegaba a su nueva casa.
–Sí, gracias
Xerxes –murmuró después, posando la vista en un rostro masculino que parecía
mirarlo desde una de las pantallas empotradas en los brazos de su puesto.
Entonces
volvió la cabeza levemente a la derecha y miró a una chica de corto cabello
negro y cuerpo menudo, con los ojos entrecerrados como un gato.
–¡Es
increíble que estemos a punto de lograrlo luego de lo que hemos pasado en este
horroroso viaje! –exclamó como si percibiera la mirada del hombre la muchacha
menuda, y volvió su rostro, pálido y sonriente, hacia donde Foreman se
encontraba, con sus ojos negros brillando por la emoción de la llegada.
Hacía pocas
horas que habían entrado en los confines de Alfa Centauri, mas sólo en ese
momento se había localizado la enana Proxima, hacía unos minutos, cuando la
velocidad de la nave se acercó a su velocidad crucero interplanetario, y eso la
emocionaba incluso cuando ésta sólo destacaba en la pantalla debido a los
potentes lentes del sistema zoom de la cámara principal de la nave nodriza,
pues todavía estaban relativamente lejos de ella.
–Sin
embargo, este es solamente un comienzo –la siguió otra muchacha de largo pelo
castaño y crespo, y suave piel color miel, pensando con su rostro emocionado en
que los esfuerzos que aún deberían realizarse, cuando llegaran a su destino,
serían inmensos.
Pero estaba
contenta si éstos eran para colonizar para la especie humana ese planeta
gigante que según los datos de los científicos podría mantenerlos y dar inicio
a una nueva y próspera vida con sus recursos, una civilización desarrollada y
plena, lo que significaba que no se extinguirían luego de ser barridos de la
superficie de la Tierra por los invasores de piel encarnada.
La dulce voz
de las chicas conmovió a Foreman y en su rostro se esbozó poco a poco una
sincera sonrisa. El comandante supremo de Galaxy I permaneció mirando
bondadosamente a la muchacha de corto cabello, cosa que le daba un aire de
muchachito, viendo como sus ojos negros estaban maravillados como los de una
niña. En ese instante la chica estaba cerca de donde se encontraba sentado y
sus manos se mantenían sobre su pecho, poco abultado no sólo por la escafandra
blanca que cubría su cuerpo sin ocultar su cabecita de muñeca, lo que hacía
creer que estaba rezando a un dios de los que los hombres adoraban hacía mucho
y le pedía que no los abandonara.
Muy cerca de
la joven menuda, la otra muchacha estaba con sus manos sobre el respaldo de un
puesto de mando y Foreman posó sus ojos en ella por un momento. Era distinta a
su compañera, por su estatura mucho más elevada y su cuerpo mucho más robusto,
no obstante, cuando miraba la pantalla se podía ver en su rostro la misma
emoción y sus grandes ojos verde oscuro refulgían cual esmeraldas.
Foreman podía sentir sus presencias aun si sus
ojos no estuvieran viéndolas, porque la inconfundible huella de sus ondas
cerebrales le era conocida desde hacía bastante y la percibía claramente con
sus desarrollados sentidos, acorde con las emociones que las chicas sentían.
Sin embargo,
la sonrisa desapareció de su rostro cuando la chica más robusta volvió a
despegar sus labios.
–¡Deja que Pavel
la vea, se va a poner muy contento con ella! –exclamó la muchacha de ojos
verdes posándolos en la menuda.
–Sí, quizás
debías imprimirle una copia de la imagen para llevársela cuando vayas a
visitarlo –respondió la otra chica con su rostro vuelto hacia ella, y vio como
su compañera le decía que sí con la cabeza.
La chica de
grandes ojos verdes se movió hasta uno de los blancos paneles de mando e
introdujo las instrucciones para que Xerxes sacara una copia de la imagen que
había en la pantalla, que maximizó cuanto pudo para resaltar la roja estrella con
los sistemas de zoom óptico y digital de la nodriza, e imprimió en colores
sobre una hoja de papel blanco.
Entretanto,
Foreman pensaba en como su propio hijo, un piloto de combate de las FAG-I[2] de
nombre Pavel Auguste Foreman, se estaba muriendo poco a poco de una dolencia
que no les era conocida a los médicos de la nave, pero que probablemente era uno
de los varios efectos secundarios de la vacuna Omega H que les ponían a todos
cuando llegaban a los dieciocho años, aún cuando en Galaxy I había las más modernas
instalaciones sanitarias de la lejana Tierra sin que le sirvieran para nada. Es
por eso que sintió como la ira se iba apoderando de su corazón y provocó que la
muchacha de cabello corto se volviera a donde estaba, como si hubiera sentido un
latigazo sobre su estrecha espalda, y se quedara mirándolo con sus ojos de
gacela sin comprender lo que le pasaba.
El
comandante parecía un hombre de sólo poco más de cuarenta años aun con su barba
entrecana, pero hacía poco había cumplido los noventa sin que se le notara
mucho. La vacuna Omega H, la última vacuna del viejo proyecto Apollo de la UDO,
parecía estarle provocando la muerte a su hijo con su combinación de virus y
nanotecnología, pero lo cierto era que había impedido que envejecieran la mayor
parte de los HGE[3]
que vivían en la Galaxy I, como les llamaban a los humanos a los que se les
había modificado su ADN para la creación de un hombre nuevo, uno que disponía
de un sin número de capacidades extraordinarias con las que nunca la naturaleza
había dotado a un humano corriente.
–¡Está
lista! –exclamó llena de gozo la muchacha de ojos verdes y se puso a agitar la
hoja de papel impresa.
Foreman posó
sus ojos en ella, que llamó su atención no sólo con su voz sino con los ruidos
que hacía con la hoja de papel, como si estuviera húmeda y deseara secarla, y
en su rostro se enseñoreó la tristeza por un instante.
Entonces la
otra muchacha se percató de lo que sucedía, recordando que a su comandante no
le gustaba perder y de seguro consideraba una pérdida personal no poder salvar
a su propio hijo. Había escuchado que desde pequeño esa era la característica
que más lo hacía distinguirse de los otros y era probable que por esa razón lo
hubieran designado a la Galaxy I, puesto que en la UDO era conocido por cumplir
las misiones con un número irrisorio de pérdidas. No era raro si se sabía esto
que una persona como esa no soportara verse impotente en su situación, no sólo
porque ese muchacho era su único hijo, y todos sabían en la nave cuánto Foreman
lo cuidaba desde niño, sino porque era un piloto de valía en la nodriza, uno de
los pocos con las capacidades del cerebro suficientes para luchar en uno de los
poderosos sistemas de combate MWAT–9900H Magnus[4], cuya
interfaz sináptica de último modelo había resultado demasiado complicada hasta
para los extendidos, y un Magnus sin piloto era inservible incluso con su
sistema de combate autónomo, pues con ese sistema nunca podría llegar a las
capacidades de combate con que lo dotaba un HGE en sus entrañas.
Pero la ira
del comandante creció mucho más cuando un hombre delgado que estaba usando un
puesto de navegante y se encontraba bastante separado de ellos, mencionó que el
crucero de batalla Justice no había regresado desde que había partido hacía
meses, para cumplir con una importante misión de reconocimiento.
–Estamos a
las puertas del sistema de destino y el Justice hace meses que no da señales de
vida –esas habían sido sus palabras.
Las palabras
insidiosas del hombre delgado, que se reía con un compañero, hubieran pasado
desapercibidas para un humano común, mas habían sido escuchadas claramente en
donde se encontraba Foreman y la muchacha de pelo negro no demoró en sentir sus
consecuencias.
–¡Ermak!
–susurró con reproche y posó sus ojos en donde el hombre delgado se reía, pero
después se puso a mirar a Foreman con rostro compungido.
El Justice era
un crucero de batalla clase Neptune de la UDO bastante modificado, desarrollado
en Galaxy I luego de su partida. Había salido de su puerto en cuanto comenzaron
las lentas maniobras de desaceleración para la realización del sondeo del
sistema solar a donde se dirigían y su misión consistía en entrar profundamente
en Alfa Centauri, como lo mandaba el protocolo de seguridad de la nave
intergaláctica, no obstante, después de
eso ni siquiera se había recibido un mensaje suyo como ese mismo protocolo lo
dictaba.
–¡Ese maldito
Gayura, siempre hace lo mismo! En cuanto regrese debo castigarlo duramente
–murmuró Foreman, ya bastante contrariado, y su mano derecha se crispó sobre el
brazo de su puesto, haciendo que crujiera lastimero.
Pero sabía
que no podría hacerlo, pues Gayura siempre encontraba un justificante para su
comportamiento dislocado y demostraba que era imprescindible, por lo que se
removió en su puesto impaciente, mirando a la enana en la pantalla con ira
contenida, como si la estrella tuviera la culpa.
–¡Murzduk! Envía
inmediatamente un mensaje requiriendo que Justice regrese a puerto –ordenó
Foreman sin siquiera preocuparse con la posibilidad real de que hubiera pasado
un percance a su crucero, porque conocía a su subordinado y sabía de sus
costumbres–. Y mantente enviándolo hasta la llegada de una respuesta –declaró
luego, mirando a alguien de reojo.
En un borde
del inmenso puente un hombre corpulento y de impresionante envergadura había
levantado la cabeza de una de las pantallas de su puesto a la vez que hacía que
éste se diera la vuelta, para mirar hacia donde Foreman estaba sentado. Tenía
un rostro redondeado y plano, en donde había una rala barba grisácea, y una
mueca extraña no demoró en mostrarse también, a medida que sus ojos, pardos y
rasgados, se posaban de tiempo en tiempo en su comandante.
Foreman
conocía el significado de esa mueca y esa mirada, sabía que a Murzduk no le
gustaba enviar nada sin saber lo que podrían encontrarse desde su partida
precipitada de la Tierra, y hacía eso cuando una de sus órdenes no le era
grata. Por lo visto había sido demasiado afectado por la invasión Redmen a su
planeta de origen y eso no podía en–tenderlo, porque, luego de cincuenta años
no era para que su oficial de radio continuara con su miedo, estando tan lejos
de la posición de sus enemigos.
“¿Por qué
siempre tengo que lidiar con estas personas?”, pensó Foreman y resopló
ruidosamente.
No obstante,
Murzduk saludó a Foreman cuando escuchó su resoplido y se dedicó a darle
instrucciones a Xerxes para que se encargara de ese envío.
El
especialista en radiocomunicaciones de la Galaxy I se veía como un hombre de
unos cincuenta, descendiente de mongoles refugiados en la UDO, pero como pasaba
con su comandante supremo, era mucho más viejo y sus movimientos eran pausados
para ser un HGE, seguramente debido a su envergadura y no a su edad avanzada,
puesto que había recibido todas y cada una de las vacunas que se habían ido
desarrollando.
Mas Murzduk
no era tan conocido en la Galaxy I por la robustez extraordinaria de su cuerpo,
tan poco común en las gentes de su raza, como por ser precavido hasta la
paranoia, y eso no era porque sintiera miedo, como a muchos les gustaba
insinuar, ni nada parecido, sino que la sola idea de delatarse sin conocer lo
que tenían delante le resultaba insoportable, pues lo haría responsable en
parte de la desaparición de lo poco que quedaba de la especie humana, y eso
sólo lo sabrían precisamente cuando su crucero de batalla regresara después del
reconocimiento de Alfa Centauri. Era por un motivo que existía ese protocolo de
seguridad y no se sentía con deseos de violarlo en vano.
–Xerxes está
enviando su orden en modo repetitivo hacia la región de Alfa Centauri,
comandante Foreman. Pero la he encriptado utilizando las secuencias que se
declararon en el momento de la partida del Justice –dijo Murzduk después de unos
pocos segundos, y se puso de pie para caminar hacia donde Foreman se encontraba
sentado, con pesado y lento paso.
El resto de
los tripulantes lo siguieron con la vista, por lo visto esperando un divertido
espectáculo si se miraba el brillo con que los ojos refulgían, aun cuando no eran
todos los afectados, y ni los ojos del comandante ni los de la muchachita de
corto cabello negro se vieron implicados.
“Y allá
vamos de nuevo”, pensó Foreman cuando su subordinado se detuvo en sus
cercanías, y respiró profundo.
–No es
necesario decir lo que opino, comandante, lo sabe porque lo he repetido muchas
veces –dijo Murzduk después de mirar a su comandante de tanto en tanto por un
momento, y unas risas contenidas se escucharon–. Pero lo voy a decir de nuevo,
para que mi conciencia esté limpia... Ese radiograma no es necesario, y aun si
nadie puede descifrar el contenido, en modo repetitivo podría servir para ser
localizados –musitó como si temiera atraer la mala suerte a la vez que su brazo
derecho se levantaba para señalar a su puesto de mando.
Esto
incrementó las risas, y la muchacha de ojos verdes y piel color miel se unió a
ellas, haciendo más ruido con la hoja de papel que continuaba sosteniendo en
sus manos.
Foreman miró
a Murzduk con paciencia y después paseó su vista por el puente, con lo que
contuvo las risas y provocó que la chica se pusiera seria y soltara la ruidosa
fotografía sobre un puesto cercano.
–No debes
preocuparte, Murzduk. En este sistema no hay nadie más que nosotros, no puede
haberlo –dijo por fin, con sus ojos en el rostro del oficial de comunicaciones,
mas se preparó, como siempre, para escuchar sus razones.
–Eso mismo
pensaban en la Tierra hasta que los rojos los exterminaron. Y no veo por qué
otra especie inteligente va a ser buena con nosotros, que no somos buenos con
nuestros semejantes, más cuando sabemos que existen otras y que son hostiles
con los humanos –declaró Murzduk con calma, mirando a los ojos de su comandante,
y su rostro se puso pensativo, como si de pronto se percatara de algo.
¿Era posible
que debido a eso Gayura callara, obstinado, o sería que había presentado
problemas graves y todos se habían ido para siempre? En esa nave iba un
pariente suyo y la perspectiva no le gustaba, pero igual no iba a ayudarlos
enviando una orden y si se habían perdido pronto lo sabrían pues debían estar
cerca del punto de no retorno, sólo había que permanecer en una órbita de Próxima
envueltos por un seguro silencio, como lo habían acordado, y escudriñar sin
delatarse todo el cuadrante de las binarias.
–¡Bah!
–murmuró Foreman para sí después de posar sus ojos en los de la chica de
cabello negro, que lo miraba con los suyos suplicantes.
Entonces,
luego de una pausa, hizo un gesto de desdén con la mano izquierda, cosa que
sacó a Murzduk de sus meditaciones.
–No sé por
qué no me entiende, comandante Foreman, si lo que digo no es nada nuevo –dijo
Murzduk negando con la cabeza.
La muchacha
menuda recogió sus estrechos hombros en señal de evidente miedo, cosa que se le
notaba en su rostro de niña con sus cejas unidas y su mirada lastimera, y negó
igualmente con su cabeza, pero por un motivo distinto.
No había
olvidado como hacía mucho Murzduk se había opuesto a una misión de reabastecimiento
durante una de las reuniones, diciendo a Foreman que no enviaran ninguna de las
Goliath a una recogida de recursos, o por lo menos se enviara primero una
rápida Kestrel de reconocimiento.
En su camino
se había cruzado un planetoide perdido y la Galaxy había detectado en sus polos
grandes depósitos de hidrógeno congelado, cosa que constituía una rareza única,
un regalo de los cielos podría decirse, puesto que la nave se encontraba escasa
de combustible para sus pilas y para las maniobras de sus consumidores
propulsores. Eso sin que se mencionara la posible existencia de agua, recurso
aún más valioso pues en sí mismo contenía hidrógeno y oxígeno.
Sin embargo,
las maniobras eran lentas y engorrosas, y no había mucho tiempo, y cuando le
preguntaron a Murzduk la razón por la que recomendaba esa estrategia no la supo
y en su lugar mencionó una pesadilla, cosa que provocó que hasta a Foreman, que
era precavido en casos como esos en que se hacía algo por primera vez, como
lanzar varios de los recolectores sin haber concluido operaciones, se le
saltaran las lagrimas de la risa.
Por eso
decidieron lanzar las Goliath y éstas desviaron su ruta en medio de las
maniobras de desaceleración gradual y pusieron rumbo a enorme velocidad,
frenando con sus retropropulsores, para entrar en una órbita del planetoide.
Era de esperar que para cuando estuvieran cargadas con su valioso premio,
pudieran encontrarse con la nodriza a varios millones de kilómetros de ese
punto. Y todo iba de maravillas en la misión hasta que la catástrofe sobrevino,
una de las más destructivas por las que pasaron en su largo camino de ida sin
retorno, y sucedió cuando una Goliath entró en la órbita y se encontró con un
enemigo letal en su camino.
Era probable
que ese planetoide hubiera salido de órbita hacía milenios, luego de una
colisión con un cuerpo masivo, y llevaba una estela de rocas consigo, rocas de
un diámetro que no detectaron los sistemas a distancia y provocaron la pérdida
de cientos de vidas cuando perforaron la proa de la recolectora delantera,
dañando también gravemente a otras.
–No debes
preocuparte demasiado, Murzduk. No pasará nada –insistió Foreman con la voz
pausada, como si hablara a un niño, después de respirar profundamente para
llenarse de paciencia.
La chica
menuda lo miró con sus ojos negros y sus pies dieron unos pasos, como si
deseara decir algo sin que le salieran las palabras.
–Eso espero,
comandante Foreman... Nosotros no somos muchos en Galaxy I, solamente poco más
de cincuenta mil personas. Nuestra población no ha crecido como esperaban en la
Tierra y no estamos en condiciones de meternos en una guerra contra nadie.
Menos contra una especie que nos supera –respondió Murzduk y sus ojos rasgados
parecieron centellear bajo la luz blanca que los iluminaba, mirando a los de su
comandante por última vez para volver a su silla como había venido.
–Este
Murzduk es demasiado desconfiado –dijo Foreman mirando a la muchacha de ojos
negros, guiñándole uno de los suyos e intentando olvidarse de la ira que sentía
otra vez producto de esas palabras, porque la velada referencia del oficial de
comunicaciones a los suicidios de los tripulantes de la nave que se habían
producido desde que salieron de su lejano Sistema Solar logró aumentarla.
La jovencita
miró con ojos preocupados a su comandante e iba a decirle que debían escuchar
al oficial de comunicaciones. Pero en ese momento la otra muchacha se precipitó
sobre ella a sus espaldas, y la estrujó de una manera contra su cuerpo con su brazo
derecho, que en su rostro de niña se dibujó una mueca. La otra mano de su
compañera le revolvía su corto cabello negro y la despeinaba con saña, haciendo
que su cabeza pareciera un nido.
–Pequeña
Nadia, vamos a llevarle a Pavel la imagen de Próxima para que se ponga contento.
Recuerda que decía que no podría verla –dijo la chica de ojos verdes sin dejarla
escaparse mientras Nadia se debatía en vano.
–¡Está bien!
¡Está bien! Pero suéltame ya, Stephanie. ¡No seas salvaje…! ¿Es que quieres destrozarme
las costillas o quieres matarme rompiéndome la nuca? –gritó la muchacha menuda
con los ojos desorbitados, intentando liberarse.
–No seas
como una niña remilgada, Nadia, ya cumpliste los sesenta… eres una anciana
pesada –replicó Stephanie, y se rió manipulando a su compañera como a una
plumita a merced de sus deseos, pues era hasta más fuerte de lo que se notaba a
simple vista.
Nadia era sólo
una niña cuando Galaxy I había salido del Sistema Solar, y en cuanto cumplió
los dieciocho recibió las primeras vacunas que la doctora Guzmán y su unidad de
desarrollo crearon para protegerlos en las profundidades del espacio. Eso la
había protegido del envejecimiento natural por lo que daba la imagen de una
menuda joven a pesar de su edad avanzada. En cambio, Stephanie había nacido en
la nave intergaláctica y era de la misma edad que Pavel, quien no pasaba de los
veinticinco. Era la hija de una oficial de las FAG-I que había perecido igual
que la madre del muchacho cuando Foreman las había enviado a dar socorro a la
gente de una de las Goliath siniestradas y se había producido una segunda
explosión inesperada de la que no habían podido salir con vida muchos.
–¡Ay! ¡No me
hagas cosquillas y estate tranquila! ¡No me gustas cuando te pones juguetona,
Stephanie! –protestaba Nadia, pataleando, y de pronto logró soltarse para salir
del cariñoso abrazo y ponerse a huir de un costado a otro de la sala, con la
otra muchacha detrás de su rastro.
Esto provocó
un estallido de risas más grande del causado por Murzduk con sus, por otro
lado, justificadas preocupaciones.
–Eres una
pesada, una vieja –le decía Stephanie, riendo y corriendo detrás de ella para
que no se le escapara.
Mientras
miraba a las chicas jugueteando como niñas el comandante Foreman se fue
calmando y los últimos rastros de la ira desaparecieron hasta el punto de que
en su rostro barbudo volvió a dibujarse una leve sonrisa.
Sin embargo,
cuando Nadia en su carrera se estrelló en su puesto y cayó en su regazo, quizás
premeditadamente, decidió poner orden en la sala.
–Bueno,
Stephanie. No molestes a Nadia, que este es un sitio serio –dijo Foreman
poniendo su rostro de mando y su mano derecha descansó sobre la cabeza de la
chica, que no se movió de la protección que le daba con su cuerpo, como si eso
no la inquietara.
Las risas
volvieron a esfumarse, como por encanto, y los ocupantes del puente se
apresuraron a ocupar sus puestos, como si desearan enmendarse.
–Lo siento,
comandante Foreman. Es que de pronto me sentí eufórica… Debe ser por la
cercanía de la estrella –se disculpó Stephanie jadeando y miró a Nadia, que le
sacó la lengua, para después saludarlo poniéndose en firme con la cara seria y dirigirse
obedientemente hacia su propio puesto de mando.
–¡Muchas
gracias por salvarme, papaíto! –exclamó Nadia por su parte, en voz baja, y
restregó su cabeza en la enorme mano de la escafandra de Foreman, como lo haría
una gata sofocada.
El
comandante le sonrió y pasó su mano otra vez por la pequeña cabeza de Nadia. La
mano se movió acariciante y la linda chica se oprimió contra el cuerpo del
hombre como si tuviera frío, sin inhibirse, con sus brazos alrededor del pecho
robusto que la escafandra cubría.
Foreman
tampoco pareció sentir ningún desagrado con la compañía, incluso cuando pronto
su rostro se puso pensativo y sus ojos miraron a Stephanie, que se movía
intranquila en su puesto con sus ojos en la fotografía de Próxima, como si
debajo de ella hubiera un hormiguero y no un asiento mullido.
En realidad comprendía
bien a Stephanie, su vida había pasado hasta ese momento dentro de la Galaxy I
y nunca había estado ni en la Tierra ni en cualquier otro planeta, no había
estado en un mundo suficientemente grande para ella. Esa chica vivaracha solamente
conocía la existencia de un umbroso bosque por las grabaciones de los archivos,
y las relativamente cortas plantaciones que existían en la nave, y eso iba en
contra de la naturaleza humana, que evolucionó en un entorno diferente a las
paredes metálicas que los rodeaban continuamente, que daban la impresión de ser
tan grises aun si eran de otro color que deprimirían a cualquiera que las
mirara. Era evidente que ella necesitaba con urgencia una gran pradera donde
correr libremente y se la imaginó haciéndolo, con la brisa revolviendo su largo
y crespo cabello castaño y una sonrisa en sus labios.
El mismo
Foreman recordaba a veces el inmenso océano y se entristecía, pues desde niño
había estado relacionado con los mares, no sólo porque su padre era capitán de
uno de esos cruceros marinos y se la pasaba mirando los mapas para ver dónde
estaba cada día, sino porque vivía cerca de la costa y se iba a pescar a menudo
con sus compañeritos de la escuela. En Galaxy I no había un océano, era un
mundo demasiado limitado, y seguro que era por eso que en varias ocasiones
había soñado que estaba en la costa, recostado en una solitaria y calurosa orilla,
como cuando era un muchacho y se ensimismaba soñando con ser comandante de una
nave, para descubrir nuevas tierras igual que lo hacían los astronautas que
plagaban las novelas de aventuras que leía en la UDO. Pero ese sueño era
diferente, y no sabía el motivo de su repetición constante a pesar de sus distintas
variantes. En especial por la presencia de la niña de dorado cabello y lindos
ojos celestes que se encontraba en la costa, un sitio evidentemente peligroso
para que estuviera sola, y por los dos soles que brillaban en el cielo,
haciendo que las sombras de los árboles y rocas lucieran un tanto extrañas, uno
parecido a su conocido Sol, y otro mucho más débil, con su luz más pálida y
menos amarilla.
Foreman se
puso a pensar otra vez, como hacía a menudo, en esos sueños. El sedoso cabello
de Nadia, que percibía con su mano, le recordaba cómo se sentía el dorado de la
niña. Pero como siempre pasaba, no pudo recordar dónde podía haberla visto en
su niñez, ni saber por qué se presentaba ese recuerdo en su memoria
precisamente en ese momento. Para colmo la niña se llamaba Selene Papadimitriou
y ese nombre le resultaba completamente desconocido, un nombre bastante extraño
para una persona de los EEUU, en donde había vivido hasta que lo destinaron a
la Galaxy I debido a sus grandes servicios a la UDO.
–No es nada,
Nadia. Este no es sitio para esos correteos, para eso existen las instalaciones
deportivas –dijo Foreman luego de una pausa y sacudió la cabeza como para
liberarse de un ensueño.
Entonces le
pellizcó un cachete a Nadia con su mano derecha, y vio como ésta le sonreía y
volvía a restregar su rostro contra la palma de su mano, una vez más como una
gatita, cosa que hizo hasta que la voz del hombre se escuchó de nuevo.
–Pero será mejor
que vayas con Stephanie a ver a Pavel, no quiero que lo mate si de pronto se
pone “eufórica” como hace un momento.
–Tienes
razón, Stephanie es como una niña pequeña, es muy juguetona. Pero no creo que
yo pueda impedirle que se ponga en ese estado emotivo –dijo Nadia mirando de
reojo a Foreman, con sus ojitos negros entrecerrados.
–¿No?
–preguntó Foreman intentando no reírse.
–No, ¿es que
no sabes que siempre que le pasa la coge conmigo, y me zarandea? –preguntó
Nadía e hizo pucheros como una niña.
–Por eso
quiero que vayas con ella, porque es mejor que juguetee contigo y no con Pavel
–sentenció Foreman y vio que la muchacha ponía cara de sorpresa, por lo que se
rió con ganas a pesar de sus preocupaciones.
–Pero yo no…
–empezó a decir Nadia.
–No debes
preocuparte, mi pequeñita, sólo ve con ella y vigílala –la interrumpió su
comandante y Nadia lo miró de un modo lastimero–. No me mires de ese modo,
princesa. Recuerda que eres una chica sana y Pavel está muy enfermo, y quizás
no dure mucho en su estado. Estoy seguro de que hasta que no se encuentre en un
planeta esa chica no va a estarse quieta y debemos entenderla, porque nosotros
somos mayores que ella –explicó Foreman viendo la mirada lastimera.
“Entenderla
un cuerno”, pensó Nadía y miró a Stephanie, pero sus labios sonrieron y su boca
murmuró otra cosa.
–Hmmm, bueno,
pero sólo lo haré porque tú me lo pides, papito, y luego me darás mi recompensa
–balbuceó Nadia con una melosa vocecita y se puso de pie de un ágil saltito.
Foreman le
pellizcó nuevamente uno de sus cachetes de niña a Nadia, y la miró a los ojos
negros, y ésta le sonrió y se mostró complacida.
Entonces se oprimió
contra el corpulento cuerpo para que el comandante le pasara una mano a lo
largo de su espalda y la besara en la cabeza a modo de despedida.
–Dile a
Pavel que iré a verlo por la noche, como siempre, mi linda pequeñita. Debo
hablar con la doctora Smith sobre su estado delicado –dijo Foreman luego de
besar la pálida frente, con su rostro de pronto preocupado–. Es una suerte que
ella se haya dedicado a cuidarlo, es una muchacha de las más inteligentes y por
eso me complace haberle dado el puesto después de la pérdida de la doctora
Guzmán.
La doctora
Smith debía haber cumplido los setenta y cinco años de edad, y por eso
resultaba raro referirse a ella como una muchacha, pero en Galaxy I la edad no
tenía sentido desde que la duración de la vida había sido cambiada.
–Bueno, lo
haré, papito… No debes preocuparte, yo me encargaré de eso –murmuró Nadia
decidida, luego de unos segundos de contemplarlo, y saludó para después
retirarse del puente–. ¡Stephanie, nos vamos! El centro de investigaciones de
la doctora Guzmán queda lejos del puente de mando –dijo la chica caminando
hacia los elevadores.
Stephanie,
que se había mantenido mirando la hoja con el impreso de Próxima que sostenía
con sus manos delante de ella, se puso de pie y siguió a Nadia dócilmente, se
diría que contenta de ver sonriendo a su compañera.
Foreman vio
como las chicas se montaban en uno de los elevadores del puente de la nave,
cuyas puertas pintadas de rojo estaban a sus espaldas, y después suspiró como
si estuviera cansado.
En el puente
de mando las personas habían vuelto a sus obligaciones y ya nadie miraba a Próxima
incluso cuando se continuaba mostrando en la pantalla central, indiferente a lo
que los seres humanos pensaran de ella. La pantalla estaba rodeada por otras
pantallas de menos envergadura, que mostraban continuamente la situación de la
enorme nodriza cubiertas por gráficos y un sinnúmero de datos, y Foreman las
consultó por un instante para después estirar un brazo y presionar con su índice
uno de los botones de un panel de su puesto de mando.
Entonces
miró hacia la pantalla que se iluminó mostrando el rostro virtual de Xerxes, y
escuchó la voz pausada que le preguntaba qué deseaba.
–Xerxes,
cuando concluya la desaceleración informa a los habitantes de Galaxy I que entraremos
en una órbita lejana de Próxima Centauri hasta que regrese el Justice –murmuró
Foreman y miró ese conocido rostro por un instante–. Román será quien se
ocupará cuando vuelva a su puesto.
–La orden ha
sido registrada, comandante –dijo Xerxes.
–También
quiero que cites a la capitana Flemming, para entrevistarme con ella. Debo
darle la misión de que salga comandando un equipo especial de exploración que
entrará en Alfa Centauri con una nave de reconocimiento Kestrel y localizará a
Justice. No puedo confiar en Gayura y podemos estar varados por mucho si sigue
sin dar señales de vida.
–Las órdenes
serán cumplidas, comandante. ¿Desea otra cosa? –preguntó la voz de Xerxes.
–Por el
momento sólo eso, Xerxes… Y que la dotación y otros habitantes reciban la buena
noticia de la llegada… Es necesario que se sientan optimistas y olviden lo que
hemos pasado en nuestro largo camino.
–No se
preocupe por eso, comandante Foreman, nuestros compañeros estarán siempre bien
informados.
–Eso espero,
Xerxes –dijo Foreman y presionó un botón para poner punto final a la
conversación, con lo que se puso oscura la pantalla donde se mostraba el rostro
virtual.
El
comandante se recostó en su mullido puesto de mando y se quedó inmóvil, mirando
las lámparas de redondeado difusor que iluminaban la sala con su luz límpida y
sumiéndose en sus pensamientos.
En ese mismo
momento las puertas de un elevador de la nodriza de los que conducían hacia su
puente se separaron lentamente, después de haber hecho éste su largo recorrido,
y delante de Nadia se mostró un pasillo que conducía hacia los sistemas de
conexión que unían la rueda rotante donde se encontraba con el eje central de la
enorme Galaxy I. En esa parte de la nave, muy cercana a su eje central, la
gravedad había desaparecido por completo, y las chicas se vieron obligadas a
impulsarse sosteniéndose de las barras de seguridad que había en las paredes
del bien iluminado conducto, en el otro extremo del que, bastante lejos de
ellas, unos soldados permanecían de guardia levitando.
–¡Odio la
ingravidez, no puedo soportarla! –rezongó Nadia moviéndose como un pececito y
sus cejas se unieron como si estuviera preocupada, con su rostro sufrido.
–Pues a mí
me gusta, es divertida –dijo Stephanie riendo y dando volteretas detrás de
ella.
No obstante,
no le pasó desapercibida la expresión de su compañera, pues incluso si nadie lo
notaba siempre estaba pendiente de ella.
La muchacha
recordaba a Nadia de cuando era una niña y había sido llevada a la sala de
crianza a donde destinaban a los huérfanos. Estaba llorando y no entendía por
qué era que la separaban de su madre, aun cuando no estaba todo lo que hubiera
deseado con ella, y esa chica menuda, una de las que se habían encargado de los
niños cuyos padres se habían perdido, la había consolado contándole un cuento y
le había hecho compañía hasta que se durmió en su cálido regazo. Es por eso que
no la había olvidado nunca y cuando la veía preocuparse o la sentía asustada
intentaba distraerla como ella había hecho esa vez hacía mucho sin recordarlo.
–Tranquila…
no vayas a darte un golpe en esa cabecita y quedes más loca de lo que ya eres –musitó
Nadia mirando a Stephanie de reojo–. Debo decirte que eso sería horroroso.
Esa chica la
ponía nerviosa y no permitía que su mente se concentrara en sus pensamientos,
como si estuviera en las cercanías del vórtice de un remolino.
–¡Imposible,
practico diariamente! –replicó Stephanie y se rió, viendo como una sombra
volvía a cubrir el rostro de su compañera–. Por cierto… ya Foreman no está para
salvarte, ¿verdad? –murmuró luego, cuando se calmó, y le lanzó una mirada pícara
a Nadia.
–¿Qué estás
inventando? –preguntó Nadia mirándola con miedo–. No quiero jueguitos –repuso
luego, viendo como su compañera se frotaba las manos sospechosamente.
Entonces se
separó poco a poco de ella, como con disimulo.
–Pero yo si
quiero –dijo Stephanie siguiéndola–. Esta vez no escaparás de mí, pequeña
bruja.
–¡No puede
ser, otra vez se ha descontrolado! –exclamó Nadia y se impulsó para moverse más
rápido a lo largo del pasillo, escapando de Stephanie.
–¡Estupenda
idea, me gustan las carreras en la gravedad cero! –dijo Stephanie, viendo como
Nadia huía, y se impulsó para capturarla.
Nadia se
movía como un Zeppelín, como un HGE podía hacerlo, y del otro lado del pasillo
los cuatro guardianes, que hasta ese momento habían estado serios con sus
rifles en las manos, comenzaron a reírse del modo en que esquivaba a Stephanie
y gritaba, intentando escaparse.
–No vas a
escaparte –murmuró Stephanie después de su último intento infructuoso y volvió
a dispararse detrás de su compañera.
Entretanto, en el hostil espacio vacío,
helado y cubierto de mortales radiaciones, la enorme Galaxy I continuaba su
viaje hacia un mundo desconocido, lanzando con insistencia su mensaje de
llamada. Las enormes ruedas rotatorias del coloso clase Leviathan giraban
lentamente, con sus luces de posición parpadeando como guirnaldas en navidad, llevando
en sus entrañas a su preciada carga humana, humanos que estaban seguros de que
eran los últimos seres de la especie que quedaban con vida provenientes de la
lejana Tierra que los despiadados Redmen supuestamente habían devastado.
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Para la primera parte visite https://www.smashwords.com/books/view/485324
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