Los libros ilustrados
eran conocidos desde antiguo, y para cuando llegó la Edad Media los manuscritos
hechos con pergamino se habían convertido, en muchas ocasiones, en verdaderas
obras de arte.
En esta página de un Libro de Horas francés se puede ver una
miniatura, letras capitales decoradas y bordes.
El arte de pintar las miniaturas
y de ilustrar los libros llegó a ser tan importante que se considera que tuvo
un papel de relevancia en el desarrollo de las pinturas románica y gótica. Y su
uso en los manuscritos no fue importante sólo debido a su valor artístico e histórico,
y a su indudable belleza. También fue de utilidad para la preservación para la
posteridad del complicado alfabetismo medieval, y con su estímulo se conservaron
un sinnúmero de obras de la antigüedad que de otra manera se hubieran perdido.
Primer plano de la P ilustrada en la Biblia.
Las cosas comenzaron a
cambiar, sin embargo, luego de la invención de la imprenta durante el siglo XV,
incluso cuando en los primeros libros impresos, muchas veces, se reservaban también
espacios para las miniaturas, las letras capitales decoradas, y las decoraciones
en los márgenes. El proceso de decorar un libro con miniaturas era más bien
lento y artesanal, pues cada texto se elaboraba por separado y terminaba siendo
una obra única que sólo unos pocos adinerados se podían dar el lujo de comprar,
aun si sólo fuera con el objetivo de colocarla en su biblioteca. Mas en un
mundo dominado por el oscurantismo eran tan pocos los alfabetizados que ni aun
siendo más barata, la nueva manera de hacer los libros tuvo un impacto
inmediato, y el único cambio de importancia generado por la imprenta en sus
inicios fue la reducción de la cantidad de manuscritos producidos. En especial
de la Biblia, que como se sabe fue el primer libro hecho por Gutenberg con la
nueva técnica.
El cambio definitivo no
se presentó hasta el siglo XVI, cuando la reproducción de los textos con la
prensa alcanzó su auge. El último gran maestro iluminador de libros se llamó Giulio
Clovio, y se desempeñó a mediados de dicho siglo. Desde ese momento, los
manuscritos y los libros impresos ilustrados comenzaron su verdadero declive, y
a medida que crecía la demanda, las decoraciones en los márgenes de estos, así
como las letras capitales decoradas, empezaron a ser relegadas de las páginas.
Por eso, en un corto tiempo se llamó ilustrados a los textos donde se
representaran escenas para reforzar, o para aclarar, lo que se decía con la
escritura, y las miniaturas se utilizaron más en retratos sobre objetos como
medallones, relojes de sobremesa y joyeros.
De todo esto se
desprende que en el siglo XIX los libros ilustrados no eran para nada un asunto
nuevo. La litografía fue popular para crear y reproducir imágenes y había un
sinnúmero de libros con ilustraciones de calidad. Pero no fue hasta 1844 que
salió a la luz el primero de los libros ilustrados con fotografías pues el
estado de la tecnología no había hecho posible crearlos antes.
En efecto, el daguerrotipo
se había desarrollado desde antes de 1839, y en ese año se anunció y difundió
oficialmente, después de que Louis Daguerre lo desarrollara más y lo perfeccionara
a partir de las experiencias previas de Niépce. Esto permitió la toma de vistas
exteriores, y para el año 1841, también la realización de retratos, cuando los
tiempos de exposición iniciales de diez minutos pudieron reducirse a un minuto
gracias a las lentes Petzval y a los catalizadores. Mas el daguerrotipo tenía
ciertos defectos: era bastante caro puesto que debía realizarse encima de una
placa metálica pulida y recubierta de plata, en su revelado se usaban vapores
de mercurio muy nocivos para la salud, y las imágenes resultantes eran tan frágiles
que si se colocaban fuera de la protección de su estuche podrían dañarse de
modo irreversible de sólo tocarlas. Para colmo, la fotografía era en sí misma
negativo y positivo, y esto provocaba que se viera invertida lateralmente, como
cuando se la ve a través de un espejo, cosa que podría confundir si se mira una
zona urbana. Y lo que era peor, que la misma obra fuera el negativo y el
positivo hacía que fuera única e irreproducible, como una pintura, a no ser que
se la fotografiara de nuevo. Esta última limitación era la que impedía el uso
del daguerrotipo para ilustrar los libros, pues al no disponer de un verdadero
negativo se hacía complicado sacarle copias.
Sin embargo, en 1842 el científico
inglés y pionero de la fotografía William Fox Talbot (1800-1877), patentó una
nueva técnica fotográfica a la que llamó calotipo. Esta nueva técnica, a
diferencia de lo que sucedía con la de Louis Daguerre, resultaba mucho más
barata debido a que usaba papel como soporte, en lugar de metal. Y más
importante que eso, fue el primer procedimiento fotográfico que obtuvo primero
un negativo de la imagen enfocada, con lo que posibilitó la reproducción de ésta
de modo infinito.
Foto de 1864 de
William Henry Fox Talbot, por John Moffat.
Por eso no es de
extrañar que fuera precisamente Talbot el autor del primer texto de la historia
ilustrado con fotografías, y lo hizo presuntamente para detallar el desarrollo
de la técnica que recién había inventado. El libro en cuestión fue publicado
entre 1844 y 1846 en seis entregas, y se intituló El Lápiz de la Naturaleza. En sus páginas pueden verse 24 fotos,
entre las que se cuentan varios estudios de arquitectura, escenarios, naturaleza
muerta, primeros planos, facsímiles de láminas, dibujos y textos, e incluso un retrato
a pesar de que los tiempos de exposición para la obtención de las imágenes eran
largos.
Portada de la edición de 1844 del libro "El lápiz de
la naturaleza".
El título, por su parte,
puede haber sido el resultado de que tanto William Fox Talbot como Hippolythe
Bayard (1801-1887), otro pionero de la fotografía, llamaban dibujos fotogénicos a las imágenes obtenidas
utilizando variados procedimientos fotográficos con los que experimentaban.
Pero ser el primer libro
ilustrado con fotografías no es el único mérito de El Lápiz de la Naturaleza. Las imágenes en sus páginas fueron
escogidas por su autor de manera que sirvieran para mostrar las grandes
posibilidades de la fotografía
The Open Door es una muestra de que la fotografía podría
convertirse en una nueva forma de arte, como de hecho ocurrió.
El lado negativo del
libro fue que Talbot lo realizó pegando a mano las fotos sobre el papel, lo que
le acarreó problemas años más tarde, cuando las imágenes terminaron dañadas y
tuvo que devolver el dinero a todas las personas que lo habían comprado.
Los interesados en ver
esta joya de la fotografía de mediados del siglo XIX pueden acceder a la
dirección http://www.gutenberg.org/files/33447/33447-h/33447-h.html y
disfrutarla.
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