jueves, 15 de diciembre de 2016

Curioseando: El primer libro ilustrado con fotografías



Los libros ilustrados eran conocidos desde antiguo, y para cuando llegó la Edad Media los manuscritos hechos con pergamino se habían convertido, en muchas ocasiones, en verdaderas obras de arte.

 
En esta página de un Libro de Horas francés se puede ver una miniatura, letras capitales decoradas y bordes.

El arte de pintar las miniaturas y de ilustrar los libros llegó a ser tan importante que se considera que tuvo un papel de relevancia en el desarrollo de las pinturas románica y gótica. Y su uso en los manuscritos no fue importante sólo debido a su valor artístico e histórico, y a su indudable belleza. También fue de utilidad para la preservación para la posteridad del complicado alfabetismo medieval, y con su estímulo se conservaron un sinnúmero de obras de la antigüedad que de otra manera se hubieran perdido.

Primer plano de la P ilustrada en la Biblia.

Las cosas comenzaron a cambiar, sin embargo, luego de la invención de la imprenta durante el siglo XV, incluso cuando en los primeros libros impresos, muchas veces, se reservaban también espacios para las miniaturas, las letras capitales decoradas, y las decoraciones en los márgenes. El proceso de decorar un libro con miniaturas era más bien lento y artesanal, pues cada texto se elaboraba por separado y terminaba siendo una obra única que sólo unos pocos adinerados se podían dar el lujo de comprar, aun si sólo fuera con el objetivo de colocarla en su biblioteca. Mas en un mundo dominado por el oscurantismo eran tan pocos los alfabetizados que ni aun siendo más barata, la nueva manera de hacer los libros tuvo un impacto inmediato, y el único cambio de importancia generado por la imprenta en sus inicios fue la reducción de la cantidad de manuscritos producidos. En especial de la Biblia, que como se sabe fue el primer libro hecho por Gutenberg con la nueva técnica.

El cambio definitivo no se presentó hasta el siglo XVI, cuando la reproducción de los textos con la prensa alcanzó su auge. El último gran maestro iluminador de libros se llamó Giulio Clovio, y se desempeñó a mediados de dicho siglo. Desde ese momento, los manuscritos y los libros impresos ilustrados comenzaron su verdadero declive, y a medida que crecía la demanda, las decoraciones en los márgenes de estos, así como las letras capitales decoradas, empezaron a ser relegadas de las páginas. Por eso, en un corto tiempo se llamó ilustrados a los textos donde se representaran escenas para reforzar, o para aclarar, lo que se decía con la escritura, y las miniaturas se utilizaron más en retratos sobre objetos como medallones, relojes de sobremesa y joyeros.

De todo esto se desprende que en el siglo XIX los libros ilustrados no eran para nada un asunto nuevo. La litografía fue popular para crear y reproducir imágenes y había un sinnúmero de libros con ilustraciones de calidad. Pero no fue hasta 1844 que salió a la luz el primero de los libros ilustrados con fotografías pues el estado de la tecnología no había hecho posible crearlos antes.

En efecto, el daguerrotipo se había desarrollado desde antes de 1839, y en ese año se anunció y difundió oficialmente, después de que Louis Daguerre lo desarrollara más y lo perfeccionara a partir de las experiencias previas de Niépce. Esto permitió la toma de vistas exteriores, y para el año 1841, también la realización de retratos, cuando los tiempos de exposición iniciales de diez minutos pudieron reducirse a un minuto gracias a las lentes Petzval y a los catalizadores. Mas el daguerrotipo tenía ciertos defectos: era bastante caro puesto que debía realizarse encima de una placa metálica pulida y recubierta de plata, en su revelado se usaban vapores de mercurio muy nocivos para la salud, y las imágenes resultantes eran tan frágiles que si se colocaban fuera de la protección de su estuche podrían dañarse de modo irreversible de sólo tocarlas. Para colmo, la fotografía era en sí misma negativo y positivo, y esto provocaba que se viera invertida lateralmente, como cuando se la ve a través de un espejo, cosa que podría confundir si se mira una zona urbana. Y lo que era peor, que la misma obra fuera el negativo y el positivo hacía que fuera única e irreproducible, como una pintura, a no ser que se la fotografiara de nuevo. Esta última limitación era la que impedía el uso del daguerrotipo para ilustrar los libros, pues al no disponer de un verdadero negativo se hacía complicado sacarle copias.

Sin embargo, en 1842 el científico inglés y pionero de la fotografía William Fox Talbot (1800-1877), patentó una nueva técnica fotográfica a la que llamó calotipo. Esta nueva técnica, a diferencia de lo que sucedía con la de Louis Daguerre, resultaba mucho más barata debido a que usaba papel como soporte, en lugar de metal. Y más importante que eso, fue el primer procedimiento fotográfico que obtuvo primero un negativo de la imagen enfocada, con lo que posibilitó la reproducción de ésta de modo infinito.

 
Foto de 1864 de William Henry Fox Talbot, por John Moffat.

Por eso no es de extrañar que fuera precisamente Talbot el autor del primer texto de la historia ilustrado con fotografías, y lo hizo presuntamente para detallar el desarrollo de la técnica que recién había inventado. El libro en cuestión fue publicado entre 1844 y 1846 en seis entregas, y se intituló El Lápiz de la Naturaleza. En sus páginas pueden verse 24 fotos, entre las que se cuentan varios estudios de arquitectura, escenarios, naturaleza muerta, primeros planos, facsímiles de láminas, dibujos y textos, e incluso un retrato a pesar de que los tiempos de exposición para la obtención de las imágenes eran largos.

 
Portada de la edición de 1844 del libro "El lápiz de la naturaleza".

El título, por su parte, puede haber sido el resultado de que tanto William Fox Talbot como Hippolythe Bayard (1801-1887), otro pionero de la fotografía, llamaban dibujos fotogénicos a las imágenes obtenidas utilizando variados procedimientos fotográficos con los que experimentaban.

Pero ser el primer libro ilustrado con fotografías no es el único mérito de El Lápiz de la Naturaleza. Las imágenes en sus páginas fueron escogidas por su autor de manera que sirvieran para mostrar las grandes posibilidades de la fotografía

The Open Door es una muestra de que la fotografía podría convertirse en una nueva forma de arte, como de hecho ocurrió.

El lado negativo del libro fue que Talbot lo realizó pegando a mano las fotos sobre el papel, lo que le acarreó problemas años más tarde, cuando las imágenes terminaron dañadas y tuvo que devolver el dinero a todas las personas que lo habían comprado.

Los interesados en ver esta joya de la fotografía de mediados del siglo XIX pueden acceder a la dirección http://www.gutenberg.org/files/33447/33447-h/33447-h.html y disfrutarla.

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