El imperio romano llegó a ser uno de
los más extensos, y ciertamente, es uno de los más conocidos de la historia
antigua. Era en su comienzo un imperio pagano, mas en sus últimos siglos, y
gracias a Constantino I, se volvió un baluarte del cristianismo.
El cristianismo había sido una
religión perseguida, y los cuerpos de los cristianos se habían dedicado a dar
de comer a los leones en los espectáculos romanos, haciendo gala de una
crueldad digna de los peores bárbaros, aun cuando es cierto que estos no eran los
únicos destinados a esos menesteres. Pero, Constantino I, influenciado por su
madre, Helena, por ser ésta una de las personas más devotas de Cristo que la
historia haya registrado, posibilitó por medio del Edicto de Milán de 313 la
legalización de esa religión, e incluso un cambio en los papeles, puesto que
luego de eso los que fueron perseguidos, y no demoraron en arder en las
hogueras en muchas ocasiones, fueron los paganos, que se vieron obligados de la
peor manera a convertirse a la idolatría de moda o si no se enfrentarían a su total
exterminio.
De esa manera la humanidad perdió también
una gran parte del legado de su pasado que había sido conservado por milenios, pues
por lo visto hasta ese instante no había surgido una religión con tantos
fanáticos irracionales. Todos conocemos lo sucedido con la Biblioteca de
Alejandría, que ardió consumiendo obras de valor incalculable, y la suerte de
Hipatia, una de las mujeres más extraordinarias que hayan existido. Y aun si
esos cristianos no eran católicos, es claro que todos comparten las mismas
tendencias destructivas, olvidando cuando les conviene las enseñanzas de su
compasivo y digno de alabanzas maestro, puesto que los códices mayas siguieron
la misma suerte de los rollos de papiro muchos siglos más tarde y en la Edad
Media, cuando dicha tendencia religiosa era la que reinaba en Europa, no fueron
pocos los que murieron en las llamas purificadoras, o por lo menos, estuvieron
a punto de ser condenados a ellas. El caso del científico Galileo Galilei es
harto conocido, y se salvó sólo por haber renegado de unas verdades de las que
en nuestros días nadie dudaría.
Y es precisamente a uno de esos
períodos tumultuosos del desarrollo del cristianismo dentro del imperio romano,
específicamente a la época del reinado del emperador de oriente Flavio Julio
Valente, durante el siglo IV, a donde nos lleva la novela histórica El faro de Alejandría de la escritora norteamericana
Gillian Bradshaw. Un tiempo en que destacaban no tanto las luchas entre
cristianos y paganos como los enfrentamientos por el poder que se estaban
presentando entre las propias filas de los seguidores de Cristo.
La autora de Teodora, emperatriz de Bizancio, nos conduce esta vez por los
hechos históricos de más importancia de los últimos años del reinado de Valente,
cuando a la otrora potencia más poderosa del mundo le restaba poco y se
mostraba cada vez más débil ante los bárbaros. En esta ocasión la trama está
narrada en primera persona por voz de la protagonista, una muchacha de nombre
Caris de Éfeso perteneciente a una familia romana acomodada. La religión que se
ha instaurado les impide a las mujeres estudiar medicina y ser médico es el
sueño de Caris, que desde niña cuida hasta a los animalitos enfermos que se
encuentra a su paso. Es por eso que, cuando su padre se ve impelido por la
necesidad a casarla con alguien a quien Caris no sólo no ama, sino que desprecia,
la muchacha decide renunciar a todo y partir disfrazada de eunuco a la, en esos
tiempos, importante ciudad de Alejandría, la cuna del conocimiento. Este es el
hecho que sirve de pretexto para contar la historia, repleta no sólo de datos del
más puro realismo, como la descripción de los conocimientos médicos de la época
de los pueblos del imperio de oriente, y de las batallas y sus causas. Por
haberse disfrazado de eunuco Caris se ve obligada a renunciar incluso a la
posibilidad de realizarse como mujer, y de mostrar a un hombre sus
sentimientos. El descubrimiento de su secreto podría significar el final de su
carrera y hasta de su vida. Y es por eso que en El faro de Alejandría también se puede encontrar romanticismo, y
permite a los lectores ver en el interior del corazón de una muchacha esforzada
que lucha por sus ideales sin que le importe el alto costo.
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